Emily lo tenía todo planeado, minuto a minuto, para no perder nada de tiempo. Más o menos, me dijo, íbamos a seguir el itinerario de la vez anterior, sería lo mejor y a mi me parecía estupendo. Paseamos por el bosque que rodeaba el hotel y en el que vimos algún canguro, un par de equidnas. Sergio estaba feliz y emocionado, se lo notaba, es lo que pasaba cuando te encontrabas por primera vez ante estos animales en libertad. Antes de entrar en nuestra habitación nos llamó la atención un grupo de personas que estaban mirando a lo alto de un eucalipto.

-Seguro que hay un Koala, vamos a ver.

Efectivamente, al llegar comprobamos que había una mamá koala con su cría en la espalda. Sergio estaba boquiabierto, con una sonrisa que le ocupaba la cara. Con mi móvil inmortalicé el momento.

-Mira, pareces un niño.

Sergio seguía sonriendo. Me agarró de la cintura, Emily sonreía.

-Nos aseamos y vamos a cenar, ¿vale? Pensad que mañana será un día de no parar.

Dejamos a Emily en su habitación y nosotros fuimos a la nuestra. Sergio estaba feliz. Se acercó a mi y me abrazó, nos besamos durante largo tiempo. Sus manos comenzaron a abrirse camino en mi cuerpo. Me dejaba llevar por las sensaciones que entendía que no eran nuevas para mi. Escuchamos unos golpecitos en la puerta.

-Chicos, eh, chicos. ¡Hay que ir ya, es tarde!

Nos miramos, reímos y fuimos hacia la puerta.

-Venga, ya es hora.

-Un momento, tengo que pasar por el baño.

-¿Qué estuvisteis haciendo? Bueno, mejor no pregunto. Daos prisa o perderemos la reserva.

Después de cenar nos despedimos de Emily hasta el día siguiente, tendríamos que madrugar y quedó en llamarnos por teléfono para avisarnos.

Entramos en la habitación y Sergio no me dio tiempo ni a dejar el bolso en la silla, me arrimó a la pared, tomó mis manos entre las suyas las elevó y las llevó detrás de su cabeza. Comenzó a acariciarme con prisa, con impaciencia, me besó con fuerza, mi cuerpo respondía, se dejaba llevar y me gustaba, en mi cabeza aparecía una cabaña en un lugar apartado, la misma escena, o parecida.

-No sabes cuánto deseaba hacer esto.

Me llevó en brazos a la habitación, miraba sus ojos y me gustaba ver la manera en la que me miraba, me dejó sobre la cama y comenzó a desnudarse, yo lo miraba como si fuese la primera vez y de alguna manera lo era.

-Vamos ven.

Lo necesitaba a mi lado, no podía esperar. Se acercó a mi y comenzó a desprenderme de mi ropa, acariciándome suavemente, sin brusquedades, besando cada trozo de piel que quedaba al descubierto, tocando, buscando, encontrando. Sentía la impaciencia de su cuerpo, la impaciencia del mío, la necesidad, el deseo, la respiración cada vez más acelerada. Lo besaba, le mordía, me agarraba a él con fuerza, con ansiedad de meses sin su piel, deseaba sentirlo, lo envolví con mi cuerpo, lo abracé con mis piernas y lo sentí en mi, toda la pasión del amor contenido, del deseo de la espera, de la angustia de la vida, en mi abrazo, en nuestro abrazo, dando vuelta sobre la cama, él sobre mi, ahora yo sobre él y de pronto la calma, el suspiro, la liberación, el alivio. Los dos exhaustos, los dedos entrelazados, un beso en la frente, mi cabeza en su pecho, escuchando su respiración, el peso de los ojos, el sueño.

-Te quiero.