20.Durante el tiempo que había durado el juicio…

Durante el tiempo que había durado el juicio había estado viviendo en casa de mi madre. Sergio tenía mucho trabajo, a penas nos veíamos  y mi madre y yo nos necesitábamos, nos urgía estar juntas y apoyarnos. Los últimos días habían sido agotadores, no sólo por tener que encontrarnos frente a frente con las personas que nos habían traicionado y habían intentado acabar con mi vida, sino también porque la prensa nos perseguía allá por donde íbamos. Era agotador salir de casa con tantas personas pendientes de nosotras, durante el juicio estábamos en tensión, y salir de la sala se convertía de nuevo en un suplicio.

-¿Qué piensan que ocurrirá? ¿Creen que se hará justicia?

-¿En qué momento se dio cuenta de que su novio y su amiga estaban intentando volverla loca para asesinarla?

-¿Es cierto que en Australia también intentaron acabar con su vida?

-¿Cómo se puede vivir después de pasar unas experiencias tan traumáticas?

-¿Volverá a confiar en alguien después de semejante sinrazón?

Procurábamos pisar la calle lo mínimo imprescindible para evitar posibles entrevistas o indiscretas fotos. Los periodistas no paraban de hacer preguntas al aire que nosotras intentábamos ignorar una y otra vez. Mi madre estaba agotada, se lo notaba en su manera de actuar, intentaba mantener la calma y tener una sonrisa permanente en su cara, una sonrisa tan falsa que parecía más una mueca de dolor. Aparentemente se la veía fuerte, indestructible, con una personalidad capaz de mover montañas, pero en la intimidad del hogar yo veía como se iba desmoronando, como , a medida que los días pasaban, ella iba perdiendo la confianza, dudando de la justicia, sintiéndose culpable por no haber podido protegerme como si yo todavía fuera su pequeña, aunque de alguna manera seguía siéndolo, en estos momentos mi madre era, prácticamente, mi único pilar, mi fortaleza y mi ancla.

Poco antes de salir de casa para escuchar el veredicto en directo mi madre comenzó a temblar.

-No puedo ir cariño, lo siento. Me fallan las piernas.

-Llamaré al médico.

-Espera, no hace falta, en un rato estaré bien. Seguro que son los nervios, demasiado tiempo aguantando, y ahora que ya está todo hecho, que ya nada puede cambiar el curso de los acontecimientos, mi cuerpo pide papas. ¡Estoy tan cansada!

-Avisaré a Sergio y nos quedaremos.

-Ve tú, cariño, debes estar allí. No te preocupes por mi, estaré bien.

-No, mamá. No voy a dejarte sola. Estamos mejor aquí, esperando

A media mañana Sergio nos avisaba, gracias al cielo las cosas habían salido bien, el resultado de tanto sufrimiento había sido positivo, los culpables iban a pasar una buena temporada, aparentemente, en la cárcel. En casa el teléfono no dejaba de sonar, recibíamos continuamente muestras de cariño de todo el que se había enterado del caso.

-Voy a preparar un café.

Salía contenta del salón hacia la cocina pensando que mi madre y yo éramos unas campeonas, habíamos salido victoriosas de un juicio que nos había vuelto un poco locas y nos había dejado rota el alma. Acusar a personas que habían formado parte importante de tu vida no resultaba fácil, y menos cuando habías compartido la intimidad de tu hogar, tus cosas de siempre, tu familia. Sólo deseaba pasar página de una vez, sentirme libre y deshacerme por fin de ese gran peso que sentía que me aplastaba día a día y que por momentos me impedía respirar. El café había terminado de pasar. Terminé de poner las tazas en la bandeja, abrí la alacena, puse unas galletas en un plato y comenzó a sonar el teléfono.

-Mamá, ¿lo coges? Estoy terminando aquí.

Con la bandeja en las manos recorrí el pasillo ensimismada pensando en la insistencia del teléfono y confiada en que mi madre habría ido al cuarto de baño.

-Está bien, ya voy yo.

Dejé la bandeja en la mesa y descolgué.

-Sí, acabo de hacer un café para celebrarlo.

Sergio desde el otro lado nos estaba invitando a salir a comer para festejarlo.

Nos tomamos tranquilas el café. Los ánimos fueron apareciendo poco a poco en mi madre, pero aunque estaba contenta con la resolución, una parte de su corazón se estaba haciendo trizas.

Llegó Sergio y nos abrazó a las dos. Traía una botella de cava en una mano.

-¡Soy el hombre más afortunado del mundo! Venga. ¡Vamos a brindar!

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