Los últimos días habían sido un poco locura, pero locura feliz: listas interminables de cosas por hacer, listas de sitios que me gustaría visitar, listas de papeles que debía arreglar, listas de documentos que tendría que llevar…planificar con Javier a qué me dedicaría y qué faceta nos interesaba mostrar… y por último eternas despedidas.
Los abogados de la empresa habían conseguido arreglarlo todo antes de lo que pensábamos, casi mejor, era preferible no tener tiempo para despedirse que tener que dar explicaciones continuas de por qué aún no me había ido. Mi madre se había encargado de dejar mi casa, poco a poco había ido llevándose a la suya mis escasas pertenencias, los dueños no habían puesto ningún problema, me apreciaban lo suficiente para no ponerme impedimentos. Incluso se habían ofrecido a reservarme el apartamento durante algún tiempo.
Había decidido pasar en casa de Sergio mis últimos días, quedaba más cerca del aeropuerto y era una manera de evitar las despedidas innecesarias. Cenamos con mi madre la víspera de irme, durante la cena apenas hablamos, como si nos reprocháramos el tener que pasar por esto. Dejamos el restaurante y regresamos caminando a su casa, solo subimos ella y yo para poder despedirnos íntimamente. Se emocionó nada más abrir la puerta.
-Disfruta mucho mi niña, sé feliz, olvídate de todo lo que ha pasado, no pienses más en eso. Abre tu mente y tu corazón, deja que Australia entre en ti, verás cómo la disfrutas. Mándame postales, anda, muchas, desde todos los sitios a los que vayas. ¡Vive! Ahora da gusto verte, vuelves a tener ese brillo en tus ojos.
Me abrazó fuerte, y yo a ella, y la besé, la besé hasta que me dolieron los labios.
-Te enviaré postales, no te preocupes, sabes que me gusta hacerlo. Disfrutaré todo lo que pueda, ya sabes como es Emily, con ella es imposible estar triste.
Bajé las escaleras todo lo rápido que pude o no sé si tendría fuerzas para separarme de mi madre. Sergio esperaba en el bar de la esquina. Fuimos caminando a casa, abrazados, su brazo sobre mi hombro, mi brazo por su cintura, de vez en cuando me acercaba más a él para besarme la frente o los labios, o parábamos para mirarnos, acariciarnos o besarnos como amantes.
Mi emoción por la partida se veía eclipsada por la tristeza que el rostro de Sergio me mostraba. Subimos al piso, yo ya tenía todo recogido y ordenado, era tarde, entré en la habitación y Sergio salió de ella:
-Tengo que contestar un par de correos y ya vengo. -Me quedé mirándolo con cara de sorpresa.
-Sergio, mañana me voy, ¿recuerdas? -Salió sin mediar palabra, sin mirarme.
Puse música suave, relajante, el disco último que había comprado de The XX: Coexist, elegí Angels, a ver si me tranquilizaba, a ver si nos tranquilizábamos.
Me desnudé despacio, dándome tiempo para pensar, dejando que la mente se escapara a algún paraíso perdido en el que encontrar la paz que tanto necesitaba. Entré en la ducha algo preocupada, mañana España quedaría lejos, comenzaría a caminar sola, de la mano de Emily, en un mundo desconocido para mi. Enjabonaba mi pelo cuando sentí las manos de Sergio apartando las mías y me dejé hacer, sintiendo su caricia, frotando mi cabeza, después del pelo vino mi cuerpo y después su cuerpo, amables besos, suaves roces, piel con piel, sintiéndonos respirar, agitados. Siguieron arrebatos con ira, como si nunca más fuésemos a estar juntos, salvajes embestidas que consiguieron que dejase mi huella de uñas clavadas sobre su espalda, el agua sobre nuestros cuerpos, impidiéndonos a veces respirar, ahogándonos en mordiscos, en besos, dejándonos llevar. Detrás de mi, aferrado a mi pecho, luchando contra el dolor de perderme, entrando en mi cuerpo, poseyéndome, destruyendo el miedo, sintiéndome suya, sintiendo que era mi dueño. Sentir de pronto la calma, su cabeza apoyada en mi espalda envolviéndome en un abrazo de pequeña muerte. Un par de minutos para regresar a la realidad de una despedida, secando nuestros cuerpos en silencio, acariciando nuestras almas con la mirada. Mañana me iba.