No dejé que Sergio me acompañara al aeropuerto. Tenía que hacerlo sola, necesitaba hacerlo sola. No podía despedirme de nadie más y menos en un aeropuerto.
En el portal de su casa nos abrazamos y nos besamos como si no fuera a haber un mañana.
-Te llamaré cuando llegue a Londres. ¡¡¡Gracias, por todo!!! Te quiero.
Solté su mano y me dirigí al taxi sin mirar atrás, el taxista cogió las maletas.
-Talara
Me volví hacia Sergio, corrí hacia él y de nuevo lo abracé.
De camino al aeropuerto comencé a llorar, era una mezcla de sentimientos. Quería ir a Australia, siempre había sido mi sueño, necesitaba alejarme de todo esto, pero el amor o el cariño que sentía por Sergio me anudaba por dentro impidiéndome respirar. El dejar sola a mi madre tanto tiempo también me rompía el corazón.
El viaje a Londres me relajó, mientras esperaba el enlace llamé a mi madre y después a Sergio.
-Estoy bien, animada, muy animada. Ya voy a embarcar, Sergio tengo que dejarte, muchos besos, te llamaré después.
Este era el vuelo más largo, haríamos de un tirón Londres, Singapur, 14 horas volando, sería mi primera vez.
Fuimos entrando y las azafatas muy amables nos iban indicando nuestros asientos. Javier no había reparado en gastos, asientos amplios totalmente reclinables como camas pequeñas, pantalla de tele individual, cascos, mantita, neceser… qué maravilla, guardé mi equipaje de mano en su sitio y me senté con un libro entre las manos. A un lado pasillo y al otro… acababa de sentarse un chico con toda la pinta de surfista, moreno de piel, rubio de pelo, unos ojos azules que me habían cortado la respiración cuando me sonrió para saludarme. ¿Sería capaz de concentrarme en el viaje?
El avión despegó sin novedad. Después de tomar una copa de champán de bienvenida mi compañero de asiento me explicó que era australiano, surfista profesional, lo patrocinaba Rip Curl, empresa australiana especializada en ropa y material para los surfistas, pero sus padres eran los propietarios de una de las bodegas más importantes de South Australia. La cena no había estado mal, sobre todo por la conversación. Charlamos un buen rato antes de que las luces del avión nos indicaran que era hora de dormir. Yo fui hasta el baño a ponerme el pijama, cuando volví él ya dormía. Me tumbé en mi asiento cubriéndome con la manta, la pantalla encendida, los cascos puestos sólo para intentar dormir escuchando voces suaves. No sé el tiempo que había pasado durmiendo, soñando algo bonito, quizás con Sergio, que se acercaba a mi, me acariciaba la pierna, sentir que se me erizaba la piel, sentirlo tan real que empezaba a ser consciente de que me estaban acariciando la pierna de verdad, sentí como la mano iba ascendiendo, poco a poco, como jugando, no podía creer que mi compañero de asiento se atreviera, pero no me moví, desde el pie hasta la rodilla, haciéndome cosquillas, sin saber muy bien cómo parar la situación, destapé mi cabeza para ver con alegría que el que me tocaba la pierna era un niño pequeño que me estaba confundiendo con su madre, el pobre se llevó un buen susto.
Paramos en Singapur el tiempo justo para asearnos, tomar algo y regresar al avión con calma, mi compañero de asiento, Thomas, no se había separado de mi. Embarcamos, de nuevo el mismo avión, los mismos asientos. Cerca de 8 horas en el aire. Él también iba a pasar unos días en Sydney antes de continuar hacia Adelaide, antes de despedirnos me dejó su teléfono.
Por fin en tierra firme. Me dirigí a la salida y un policía de aduanas hizo pasar a un perro sobre mi maleta, al irse me saludó sonriente. Se abrieron las puertas y busqué a Emily con la mirada, no la vi, pero sí vi un letrero enorme: Talara, welcome to Australia
Apuré los pasos, al llegar a su altura el letrero salió por los aires, solté las maletas, nos abalanzamos una sobre la otra, saltando, gritando, abrazándonos, besándonos, éramos dos hermanas que se reencuentran.
-Cuéntame, vamos cuéntame cosas. Quiero saberlo todo. -Volvimos a abrazarnos, nos mirábamos como si fuera imposible, como si no lo creyéramos, juntas, de nuevo, después de tantos años. ¡Cómo la quería!
Tenía ganas de besar el suelo, como hacía la gente importante, de besarlo todo, miraba a Emily y me emocionaba, había sido mi mejor amiga desde la facultad, fieles la una a la otra, siempre.
-Vamos tengo el coche fuera, he venido con un amigo. Antes de llevarte al hotel te voy a dar una vuelta por el muelle. Estoy encantada de que hayas podido venir. Talara… Cómo te he echado de menos.
Caminamos abrazadas hasta el coche
-James, esta es Talara.
James conducía y yo no podía separar la vista de lo que iban enseñándome a través de la ventanilla.
Por fin en el muelle salimos del coche Emily y yo, y comencé a llorar, de alegría, de emoción. El Harbour Bridge aparecía imponente ante mis ojos.