14.Spike saltó sobre la cama

Spike saltó sobre la cama pegándome un susto de muerte, no estaba acostumbrada a estos sobresaltos. Emily seguía a mi lado.

-Buenos días, ¿dormiste bien?

-Dormí fenomenal. Está claro que el abrir el corazón tranquiliza el espíritu.

-Bajemos a desayunar, Talara, mi madre seguro que ya nos preparó el desayuno, huele a café.

Efectivamente, Carmen tenía todo preparado sobre la mesa, en el jardín, sólo faltábamos nosotras.

-Buenos días dormilonas. ¿Qué tal habéis pasado la noche? Spike subió en cuanto le abrí la puerta de la cocina. Tu padre ha ido a comprar unas cosas que necesitaba. Vamos sentaos ya, tendréis hambre.

Carmen cogió un bote y me puso sobre aviso:

-Vegemite, no hace falta que la tomes, Talara. Es salada y nosotros la extendemos en tostadas con mantequilla.

La probé y era como tomarse untado en pan el bovril, esa pasta marrón que mi madre utilizaba antaño para dar sabor a las sopas.

Estábamos desayunando y un enorme ruido nos sobresaltó a las tres. Comenzamos a escuchar una especie de sirenas ensordecedoras que provenían del interior. Spike ladraba, aullaba y daba vueltas alrededor de Emily, asustado.

-¡¡¡Dios!!! Mamá ¿has dejado algo en el fuego?

Emily entró corriendo pero no fue capaz de conseguir silenciar la alarma, venía empapada.

-¡Joder! Hay que salir de aquí, en cinco minutos tendremos a los bomberos, y si nos quedamos nos ponen una multa. Papá no está dentro, ¿no?

-No, ha salido.

En camisón como estábamos tuvimos que salir a la calle, me quité la bata y se la puse a Emily por los hombros, estaba tan empapada que se iba a resfriar, hacía sol, pero estábamos en otoño.

En pocos minutos aparecieron tres coches de bomberos que me dejaron con la boca abierta. ¡Tres camiones, tres! Luego me explicaría Emily que eso era siempre así, no podían arriesgarse a que un fuego se expandiera, en las colinas podía significar la muerte de muchas personas, muchos animales y la pérdida irreparable de gran parte del bosque.

Un par de bomberos entraron en la casa, consiguiendo que la sirena se apagase, por fin, comprobaron todo y salieron a decirnos que no había peligro, que podíamos entrar.

-Con cuidado, está todo mojado. ¿Se encuentra usted bien? -Se dirigió a mi. -Siéntese, está muy pálida, como si fuese a desmayarse. Tenga, aquí tiene, beba un poco de agua.

Como una tonta cogí el vaso y bebí sin sacarle el ojo de encima al bombero. Creo que nunca había visto a un hombre de semejantes dimensiones. Su pecho era un lugar en el que poder vivir, sus manos eran fuertes, sus brazos… Tuvo que cogerme pues con tanta emoción casi pierdo el conocimiento.

-Lo… lo siento, estoy…algo mareada.

Me tumbó en el sofá del jardín, despacio.

-Es normal, a veces pasan estas cosas, el ruido de las alarmas, el no saber qué está pasando, la llegada de tres camiones, no se preocupe, estamos acostumbrados.

El encontrarse de pronto ante un hombre como él… el ver tantos uniformes… Siempre había pensado que era mentira todo eso que se contaba sobre los bomberos, pero acababa de descubrir que la realidad superaba siempre a la ficción. ¡Uf!

Vinieron armando mucho ruido pero se fueron en silencio. Emily se acercó a mi.

-Talara, ¿estás bien? tienes una carita…

Me incorporé como pude, suspirando.

-Si, si, estoy bien. Un poco impresionada, por el ruido… por el miedo, pero sobre todo… ¡vaya bombero! ¡Emily me he quedado muerta! ¿Te has fijado en él? ¡He tenido hasta taquicardia!

No sé si por el miedo que acabábamos de pasar, si por lo que acababa de decir, pero empezamos a reír hasta casi ahogarnos.

-Jajaja, el bombero… tu ya te has hecho la película, que te conozco…

-Me dijo…jajaja, me dijo… que el ruido de las alarmas… jajaja… Emily me va a dar algo… jajaja. A punto, a punto estuve de decirle…jajaja… ¿qué alarmas? …jajaja…. ay… no puedo…me duele el estómago…jajaja ¡¡¡Estaba buenísimo!!!

Después de un buen rato riendo sin parar, recogimos todo, limpiamos, ordenamos.

-Hoy visitaremos la ciudad para que te vayas situando. Seguro te gusta. He pedido unos días para poder estar contigo y enseñarte esto. Vamos hasta el mercado que tengo que comprar unas cosas y después a la zona peatonal. A lo mejor aún siguen vendiendo esos calendarios de bomberos sexis. -De nuevo las risas y las lágrimas de tanto reír. -¡Venga vamos al coche!

Me alteraba el ir sentada en el lado donde debía estar el volante, cada vez que Emily giraba tenía que morderme la lengua para no pegarle un grito y pedirle que fuese por su carril, pero pronto me acostumbré. Los semáforos también me impresionaban, estaban por duplicado en cada uno de los cruces grandes.

Durante varios días Emily hizo de guía turístico para mi, me enseñó la ciudad de cabo a rabo.

El Mercado, el Rundle mall, los museos, la universidad… El jardín botánico, donde descubrí, besé y abracé un montón de árboles enormes. Un pequeño jardín japonés que hacía las delicias de todo aquel que lo visitaba. Las playas, con sus yetis, sus enormes arenales, que me hacían pensar en la serie americana de «los vigilantes de la playa».

-En verano también hay vigilantes de la playa que están muy pero que muy bien. -Me empujó con su cuerpo y comenzamos a reír.

Poco a poco Emily iba mostrándome todo, orgullosa de ser australiana.

Para el fin de semana me tenía preparada una sorpresa:

-¡Haz la maleta! ¡Nos vamos a Kangaroo Island!

 

 

 

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