16.La noche había sido larga

 

La noche había sido larga, Emily y yo habíamos hablado largo rato. Antes de acostarnos habíamos llamado a mi madre vía Skype, se puso muy contenta al poder vernos.

-¿Os lo estáis pasando bien? ¡Cómo me alegro! ¿Hablaste con Sergio, cielo? Desde que te fuiste no es el mismo, está muy preocupado por ti. Siempre viene a visitarme. Aquí son las cuatro de la tarde ahí veo todo muy oscuro,

-Es que son las 23:30, es de noche. A Sergio aún no lo he llamado, bueno un par de veces pero nada más. A ver si mañana puedo hablar con él

-Tiene ganas, ya te lo digo yo. Todos los días viene a preguntar si supe algo nuevo de ti. Ya recibimos alguna postal, tanto él como yo.

Nos despertamos sobresaltadas por el ruido de un rascar sobre la puerta.

-¿Has oído eso, Talara?

-Si

Nos acercamos sigilosas, miramos por la mirilla sin hacer ruido. Allí estaban Salva y Juan. Venían con una botella en la mano. Las dos nos miramos abriendo los ojos, encogiendo los hombros como diciendo qué hacemos ahora. Nos quedamos pegadas a la puerta sin hacer ruido. Volvieron a arañarla, esta vez llamaron ya con los nudillos sin cortarse. Venían medio achispados.

En puntillas y sin hacer ruido nos volvimos a la cama. Ese no era el plan, acabar en la cama con un par de tipos a los que acabábamos de conocer y que estaban achispados no era, ni de lejos, nuestra intención. Pasaron varios minutos cuando los escuchamos irse por el pasillo por fin.

-¡Estrechas! ¡Solo son un par de estrechas!

Emily y yo tuvimos que meter la cara en las almohadas para apagar nuestras risas.

-¿Y ahora qué? ¿Cambio de planes?

-No hay por qué. Esperemos a mañana. Si están en el desayuno continuamos con ellos, si no están vamos solas, ¿te parece?

-Vale, pero yo no estoy para aguantar ciertas cosas.

-No te preocupes, Talara. Estarán avergonzados sólo de pensar en  el ridículo que pudieron haber hecho.

Al día siguiente nos los encontramos esperándonos en una mesa para desayunar.

-¿Habéis dormido bien? -Emily y yo nos miramos. -Pasamos por vuestra habitación por si os apetecía tomar una copa con nosotros. La verdad que íbamos un poco pedo.

-Pues ni nos enteramos. -Emily me dio una pequeña patadita por debajo de la mesa.

-Uf, ¡menos mal! -A Juan se le veía un poco avergonzado.

-Esta noche ya no estaremos aquí, dormimos en Penneshaw, pasaremos antes por Kingscote, ¿os apuntáis?

Aceptamos la sugerencia, pues nosotras ya habíamos reservado hotel allí con la intención de ir a ver a los pingüinos.

El día pasó tranquilo. Paseo por alguna playa, visita de alguna granja de miel, de lavanda… En medio de la nada Emily paró el coche para ver el paisaje, bajamos todos. De pronto escuché un ruido como si hubiera miles de mosquitos, miré asustada a mi alrededor y no vi nada. Mi cerebro me puso en alerta recordando el ruido que hacía la marabunta en la película interpretada por Charlton Heston, así que miré hacia mis pies, mis pantalones vaqueros estaban pasando del azul claro al negro, empecé a sacudirme como una loca y a golpear el suelo con mis pies para deshacerme de las hormigas que trepaban por mis piernas a una velocidad de vértigo. Salva y Emily se reían a carcajadas mientras Juan acudía en mi auxilio dándome manotazos en las piernas. Habíamos pisado con el coche, sin querer, un hormiguero. Vaya susto desagradable, seguía teniendo la piel de gallina.

-Perdóname Talara, jajaja. No puedo parar de reír, tenías que haber visto tu cara, jajaja.

Emily miraba a Salva y los dos seguían riéndose a mi costa. Una vez en el coche, alejados ya del peligro que suponía algún tipo de hormigas, comencé a reír.

Larguísimas carreteras, unas asfaltadas y otras de tierra para llegar a Kingscote, lugar conocido por el hombre que da de comer a los pelícanos. Es una atracción turística que vale la pena. Mientras esperábamos empezaron a acercarse decenas de pelícanos que iban posicionándose, alguno incluso nos miraba como si fuésemos rivales y la verdad que daba un poco de miedo. El espectáculo fue muy gracioso y poder ver tan de cerca ese ave tan grande había resultado impactante.

Esa noche, después de cenar nos acercamos a ver los pocos pingüinos que nos lo permitieron. Vivir estas experiencias de la mano de la naturaleza hacía que relativizase un poco mi vida y mis problemas. Por primera vez en mucho tiempo, comenzaba a sentir de nuevo que pertenecía al mundo. Que era una criatura más del universo y que tenía que poder salir adelante con valentía, como el resto de los mortales. Estaba dispuesta a luchar por ello, por sentirme libre otra vez.

Al llegar a la habitación del Hotel, después de despedirnos de nuestros amigos, ellos saldrían temprano al día siguiente hacia Adelaide, llamé a Sergio.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.