18.Pasamos unas semanas moviditas en Adelaide

Pasamos unas semanas moviditas en Adelaide, fue un no parar de visitar compañías, entrar en despachos, hablar con personas, exponer el perfil de mi empresa, a qué nos dedicábamos, qué intenciones teníamos, qué se podía esperar de nosotros. Estaba siendo muy interesante el tema, me estaba entusiasmando esta parte que a penas había conocido de relaciones públicas de mi trabajo. Le iba enviando a Javier todo lo que podía vía internet y él también estaba entusiasmado. Incluso comenzaba a plantearse el viajar hasta aquí para que fuera todo más serio y más formal, aunque de momento esperaría, se fiaba de mi y de mi buen hacer.

Los fines de semana habíamos visitado los alrededores de la ciudad.

Hahndorf, pueblecito alemán, que no es más que una larga y preciosa calle con muchísimas tiendas artesanales y muchos sitios en los que comer una típica, o no tan típica, comida alemana: Salchichas ahumadas con choucroute, codillo y un pan trenzado con forma de lazo, todo ello acompañado de una buena cerveza.

El Barosa Valley, de donde salen la mayoría de vinos australianos. Penfolds era una de las bodegas favoritas de Emily. Comimos en una de ellas, de fama internacional. El paisaje era maravilloso, y los vinos también, la suerte que nos había acompañado James que no probaba el alcohol nunca, así que Emily y yo pudimos disfrutar de un magnífico Shiraz, de un afrutado Sauvignon Blanc y de unos estupendos quesos de la zona. Ese fue el día de los secretos. ¿Por qué cuando uno bebe un poco más de la cuenta, la lengua coge carrerilla y es como si funcionase sola? No lo sé, sólo sé que mi amiga y yo hablamos y hablamos hasta casi el amanecer, poniéndonos al día de tantas y tantas cosas que a través del teléfono o vía mail no le contabas a nadie. A mi me gusta hablar mirando a los ojos, sabiendo que la persona que tengo enfrente forma parte de mi vida y yo de la suya, sintiendo la comprensión del otro, su cariño, su apoyo. Escuchar, poder tocar y abrazar al otro en un momento determinado, también forma parte de la conversación, los cuerpos también hablan. Y aunque las palabras se las lleva el viento, los sentimientos crecen y permanecen. Realmente, los amigos, son amigos del alma, del cuerpo, del espíritu. El tener frente a ti un amigo, sabiendo a ciencia cierta que lo es, es lo más maravilloso que nos puede dar la vida. Emily y yo éramos eso, un par de AMIGAS, amigas que se echaban de menos, amigas que a penas se veían, pero aún así sabíamos, las dos, que lo éramos.

Victor Harbor, atravesar el puente en un vagón de tranvía tirado por un caballo y llegar a Granite Island donde disfrutamos de unas vistas maravillosas. En unos meses, se podrían divisar ballenas.

-Si vuelvo en época de ballenas podíamos acercarnos a verlas.

-Cuando aparezcan, si estás, vamos. Me encantan, puedo pasarme horas mirando cómo disfrutan del mar. No entiendo cómo algunos gobiernos siguen consintiendo su captura. He ido a surfear en alguna ocasión y las he tenido bastante cerca, son enormes, pero no dan miedo, y eso que aquí suelen estar con sus crías, pero nunca ha pasado nada, que yo sepa.

Estábamos tomando algo en una terraza charlando del buen tiempo que hacía para ser otoño, cuando escuchamos:

-¿Talara? -Las dos miramos hacia el lugar de donde procedía la voz.

-¡Thomas!

Emily no daba crédito, el surfista que había venido conmigo hasta Sydney en el avión y con el que habíamos coincidido en Bondi Beach se dirigía hacia nosotras y nos plantificaba un par de besos.

-¡Las casualidades existen! -Le di un codazo a Emily para que se callara . Nos presentó a su novia, se sentaron en nuestra mesa y nos pusimos a charlar. Al contarle que habíamos estado en unas bodegas se enfadó por no haberlo llamado.

-Te dije que me llamaras, que yo trabajo a veces en la de mis padres, podía habértela enseñado.

-No te preocupes, lo decidimos sin tiempo, por eso no te llamé.

Le contamos nuestros planes del fin de semana siguiente, iríamos a Melbourne y volveríamos el lunes para celebrar el ANZAC Day con la familia de Emily.

-Mi novia y yo también hemos reservado un hotel en el centro, podemos tomarnos unas copas juntos.

Después de un buen rato charlando nos despedimos, quizás nos veríamos pronto.

Había llamado a Sergio todas las semanas y no había conseguido que me dijese nada, todo estaba igual, que tuviese cuidado, etc, etc, parecía mi madre y me empezaba a poner algo nerviosa. Los dos se habían cerrado en banda a mi y no sabía cómo conseguir que me dijeran qué estaba ocurriendo.

El viernes, nada más salir Emily de su trabajo, tomaríamos un vuelo rumbo a Melbourne, habíamos reservado ya los billetes y el hotel. Lo estaba deseando, todo el mundo hablaba bien de la ciudad, incluso había quien la prefería a Sydney.

Antes de que llegase Emily sonó el teléfono.

-8-2-6-…Talara speaking!

-Talara, be careful!

-Who are you?

Colgaron. Mi reacción no se hizo esperar, era un «deja vu» y mi cuerpo se puso a temblar, por mi cabeza no dejaban de cruzar imágenes pasadas, de no hacía mucho, y me bloqueé. Cuando llegó Emily toda contenta a buscarme me encontró sentada en el suelo, encogida en una esquina de la casa, temblando.

-¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Llamo a la policía? Talara dime algo.

 

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