No quise que avisara a la policía. Teníamos planes y no podía consentir que una llamada inapropiada los trastocase. ¿Quién podía estar interesado en meterme miedo? ¿Quién sabía que pasaba una temporada en casa de Emily? Nos tranquilizamos las dos y decidimos seguir de acuerdo a lo planeado.
-Talara piensa bien lo que quieres hacer, en Melbourne está el consulado, si quieres nos podemos informar.
-No hace falta, de momento dejémoslo así. Ha sido una broma de mal gusto y punto.
-Me quedaría más tranquila si se lo contásemos a alguien.
-Está bien. Al aterrizar puedo llamar a Sergio y comentárselo, a ver si así me dice algo de lo que le sucede.
A eso de las seis de la tarde el avión descendió para tomar tierra en el aeropuerto de Melbourne, a punto estábamos de aterrizar cuando comenzamos a ascender en una maniobra tan brusca, que más de uno necesitó utilizar la «bolsita blanca». Miré a Emily y la vi pálida como el papel, agarrada con las uñas a los brazos del asiento.
-Señores pasajeros, les habla el comandante, lamento el brusco ascenso, pero la pista en la que estaba previsto aterrizar estaba ocupada por un avión en movimiento. Ahora tenemos que esperar para que de nuevo nos den paso a una pista libre, perdonen las molestias y muchas gracias por viajar con nosotros.
En cuanto pusimos un pie en Melbourne llamé a Sergio. Aquí las seis y pico de la tarde, allí las 11 de la mañana más o menos.
-¿Diga?
-¿Sergio? Soy Talara.
-¿Cómo estáis? ¿Qué hacéis este fin de semana?
-¡Cariño! Acabamos de aterrizar en Melbourne, hemos tenido mucha suerte. Hemos pasado algo de miedo.
Después de contarle el incidente del aterrizaje lo dejé preocupado.
-¡Tened cuidado! ¡Pasadlo bien!
-Sergio, me ha pasado algo…
-¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido?
-Estoy bien, si. Ha sido antes de salir de casa de Emily, sonó el teléfono y una voz me pidió que tuviera cuidado.
-¿Has pensado en hablar con la policía? Yo ahí no puedo defenderte.
-Emily recomienda que vaya pero no sé qué hacer. Estoy algo asustada.
-Habla con la policía. Es bueno que sepan lo que ha pasado. También podéis ir al consulado. Yo te recomendaría que se lo contaseis a alguien ahí.
-Ya sois dos los que pensáis lo mismo. Hablaré con alguien, si. ¿Ahora vas a decirme qué es lo que te pasa? Estás un poco raro conmigo desde hace un tiempo. ¿Te has enamorado de otra persona? Dímelo, lo entenderé.
-¿Cómo puedes pensar eso? ¡Qué poco me conoces! Aquí sigo, pendiente de ti desde la distancia. Te quiero Talara, no lo olvides.
De nuevo me había colgado. De nuevo la preocupación, pero esta vez se había multiplicado. Quizás no se hubiese enamorado de otra, pero que algo le pasaba, no había ninguna duda.
Fuimos a ver el muelle, el hotel quedaba relativamente cerca. A partir de una determinada hora las chimeneas que bordeaban el río se convertían en llamaradas de luz que te trasladaban a una mágica película fantástica. Estaba embobada mirando, abrazada a Emily. Estar de nuevo con ella, poder disfrutar de su compañía era lo que me hacía mas feliz en estos momentos. Adoraba a Emily. Desde que nos habíamos conocido, hacía años ya, había surgido entre nosotras una complicidad que nunca había tenido con nadie, podíamos hablar de cualquier cosa, sentirnos libres la una con la otra, podíamos SER, ser nosotras mismas, con nuestros defectos y nuestras virtudes, con nuestro mal humor y nuestras alegrías, con nuestros silencios, nuestras miserias, nuestros problemas, con nuestras paranoias, nuestras fijaciones y nuestras tonterías. Pese a todo lo que había pasado en mi vida el año anterior, pese a lo ocurrido con Martina, no desconfié nunca, ni un solo momento, de la amistad que nos unía a Emily y a mi. La abracé con fuerza y le di un beso en la mejilla:
-Te quiero Emily. Gracias por todo lo que me das.
Nuestro hotel quedaba realmente céntrico. Nuestro paseo matinal por Melbourne me iba sorprendiendo, la estación, la mezcla de edificios antiguos con nuevas construcciones, algunas altísimas, le daba un toque de modernidad que la hacía una ciudad deseable para todos. Aunque yo me había quedado enamorada de Sydney, Melbourne me estaba entusiasmando.
Habíamos pospuesto hablar con la policía hasta llegar de nuevo a Adelaide, el consulado no abría los fines de semana, y como el lunes era festivo, también estaría cerrado.
Emily me cogió de la mano:
-Vamos corre, te voy a llevar a un sitio que te volverá loca.
Entramos en un edificio altísimo, el Eureka Skydeck, subimos al mirador que se encuentra en el piso 88, después de recorrerlo entero y ver desde las alturas lo más emblemático de la ciudad, nos metimos en una especie de ascensor oscuro, se cerró todo y se empezó a mover hacia el exterior, casi me muero del susto cuando se encendieron las luces y comprendí que nos habían sacado del edificio en un cubo totalmente de cristal. Escuchamos truenos, vimos luces y el suelo bajo nuestros pies a unos 300 metros de distancia.
-Dios, Emily, ¡es fantástico!