1.Panettone

Panettone, panettone, panettone,… ¡mierda de panettone! Último día del año. Estaba pringada de masa de panettone casi hasta la nariz cuando sonó el timbre. Con estas pintas no podía abrir la puerta. No esperaba a nadie y no iba a arriesgarme a dejar por el suelo un rastro de harina, y masa en el picaporte, así que lo ignoré, no tenía por qué haber nadie a estas horas en casa. Seguí manos en la masa. Dos, tres veces más sonó el ding/dong penetrando en mi cerebro y poniéndome de mal humor. ¡Cuánta insistencia! Seguí amasando, y cuando escuché el ruido del portal al cerrarse su puerta, miré a través de las cortinas hacia la calle para comprobar que la persona que salía era mi ex-novio. ¡Mierda! !Mierda! !Mierda! Habíamos dejado de vernos 6 meses por cuestiones laborales: su empresa lo había enviado a trabajar a Tokio, al otro lado del mundo, y por razones evidentes decidimos, de mutuo acuerdo, (¿en serio? ¿mutuo?) darnos ese tiempo para comprobar cómo respirábamos el uno sin el otro. ¿La verdad? me había vuelto totalmente asmática desde la separación: me ahogaba, me faltaba el aire, no podía respirar cada vez que alguien decía su nombre en mi presencia, cada vez que oía: Tokio, o después de colgar el teléfono tras una conversación amistosa con él (¿en serio?¿amistosa?) No se podía estar más pillada por una persona, ni disimularlo tan bien. Había venido a visitarme y lo había cambiado por un panettone, ¡ni siquiera! lo había cambiado por la masa de un panettone pegada a mis dedos. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Se podía ser más tonta? Es que ni siquiera sabía que estaba aquí. Aún le quedaban un par de meses fuera y la posibilidad de ampliar el contrato por más tiempo. ¡Seré idiota! Seis meses esperando para terminar así, envuelta de arriba a abajo en harina y masa de panettone y llorando como una tonta sin saber qué hacer ante los acontecimientos. Hacía ya tiempo que me había dado cuenta de mi lentitud a la hora de reaccionar ante las cosas que me sucedían. ¿Qué podía hacer? ¿Ducharme? ¿Perfumarme? ¿Vestirme mona? ¡Salir corriendo a buscarlo! Pero… ¿A dónde? No tenía ni idea de donde se había hospedado. No sabía nada de él desde hacía más o menos un mes y encima habíamos discutido por teléfono. ¿A quién se le ocurre? Discutir por teléfono con tu “ex”, del que estás pillada, por culpa de una amiga japonesa. Con lo fácil que sería pasar de todo a sabe Dios cuántos kilómetros de distancia y con la de hombres solteros disponibles y dispuestos que había en esta ciudad. Aunque… También podría sacarme el delantal y salir corriendo, pringada hasta los codos de masa de panettone, lanzarme a sus brazos y que viese que me pilló trabajando. Por una vez mi cerebro reaccionó, más o menos deprisa, y me obligó a dejarlo todo y salir corriendo tal y como estaba, eso si, sin mandil y con un poco de menos masa de panettone en las manos, pero en zapatillas, mi cerebro, estaba claro, no había captado ese pequeño detalle. Bajé las escaleras a trompicones, salí del portal, miré a ambos lados y no lo vi, mi cuerpo se plegó, más bien se encogió de impotencia, y mientras dirigía mi mirada al suelo, lo vi, mirándome y riéndose, sentado en el banco que había al atravesar la calle. Me quedé tan cortada que mi cerebro se paralizó y allí mismo me dejó, parada en medio y medio, en zapatillas, llena de harina mirando al frente. Menos mal que él sí reaccionó y vino hacia mi sonriendo, con esa sonrisa que me había conquistado la primera vez que lo vi. Al llegar a mi lado me tomó de la cintura y me susurró: ¡Bésame, tonta!

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