21.Salimos del coche aturdidos

Salimos del coche aturdidos y temblando. Me abracé a Emily.

-¿Estáis bien?

Thomas estaba sentado en el suelo con las manos en la cara y a su lado Lucy tiritando.

-Lucy, tienes sangre en la cara. -Me acerqué a ella para limpiarla. El coche tenía varios golpes,  pero aparentemente nada importante. Un coche de policía que pasaba por allí paró al ver el nuestro accidentado.

-Buenas noches, ¿necesitan ayuda? -Thomas levantó la cabeza. -Oh Dios mío, ¿Thomas estás bien? ¿Qué os ha pasado?

Dirigimos la mirada todos al policía que lo había nombrado.

-Si, si, estamos bien. Por suerte no ha sido nada. Nos han echado de la carretera, un coche que creo nos venía siguiendo.

-¿Y no has avisado a nadie?

-No quería que os preocupáseis hasta no estar seguro. Por desgracia ahora lo estoy.

Thomas nos presentó, eran compañeros suyos. No era un surfista más, era policía australiano, investigaba casos internacionales de delincuencia y «casualmente» conocía el mío antes de que yo se lo hubiese contado. Su mirada se cruzó con la mía pidiéndome disculpas, pero yo la aparté, tenía que pensar en lo que había sucedido y en si realmente iba a poder fiarme de él. La policía nos acompañó hasta el hotel en el que íbamos a pasar la noche. En recepción nos identificamos y nos mostraron nuestras habitaciones, Emily y yo tendríamos que dormir separadas. Me despedí de todos y me dirigí a acostarme, estaba agotada, un cansancio que se metía por cada poro de mi piel e iba taponando cada uno de mis razonamientos lógicos. No sabía qué pensar de todo lo que acababa de pasar. Era surrealista, no estaba segura ni en el país más alejado del mío. Había puesto en peligro a mis amigos y ni si quiera sabía si podía fiarme de ellos. Acababa de cerrar mi puerta cuando sonaron unos golpes.

-¿Si?

-Talara abre por favor. -La voz de Thomas sonaba del otro lado. Abrí, lo miré y pese a intentar hacerme la fuerte, comencé a llorar. -¿Puedo pasar? -Me aparté de la puerta permitiéndole la entrada. Cerró.

-Talara, tenemos que hablar.

-No sé quién eres Thomas, ni por qué me has seguido, pero confiaba en ti.

-Talara, quizás no te guste lo que tengo que contarte, pero te aseguro que puedes confiar en mi.

-No puedo confiar. Después de todo conocías mi historia y no me lo habías dicho. Me engañaste, Thomas, jugaste con mis sentimientos.

-Lo siento, pero no jugué, entiendo que lo pienses, pero no. Estamos investigando a un grupo de personas que se dedican a ir hundiendo empresas, jaqueando ordenadores, cuentas, y seguimos unas pistas hasta España.

-¿Y? ¿Qué es lo que puede no gustarme?

-Conozco a Sergio. Trabajé con él un par de meses

-¿Me estabas vigilando por orden de Sergio?

-No saques conclusiones antes de tiempo.

-Me estabas vigilando… Os creéis que podéis manejar las vidas a vuestro antojo, que podéis hacer y deshacer. .. Os creéis dioses a los que la gente pide ayuda, pero yo no te llamé, no te necesito, no necesito la ayuda de Sergio. Estoy cansada. Sal de mi habitación.

-Talara, por favor…

-¡Sal!

-Nos ayudamos en la investigación, nada más.

-¡Vete!

-Talara fue casualidad, yo venía de regreso… tu venías… Sergio me pidió…

-No quiero escuchar nada más.

Cerré la puerta tras él, despacio, muy despacio, ni un ligero ruido. Había dejado de llorar. Mis ojos estaban totalmente secos, estaba ida, trastornada. Me tumbé en el suelo, mirando al techo,  la mirada perdida, al fondo del abismo, negro, oscuridad total, miraba sin ver, no veía, ni sentía, no lloraba, ni hablaba, no respiraba, eso me parecía, no respiraba, no podía, el aire no entraba en mis pulmones, me convertía en aire, volaba, me transportaba mi mente al infinito, al aire, al mar, y caía, caía en lo profundo, en la inmensidad, caía y no podía agarrarme a nada ni a nadie, no había nadie ni nada, yo, solo yo, sola mi alma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.