Ante mis ojos Londres aparecía como una ciudad fantasma. Recorrimos sus calles en silencio. Íbamos en una especie de taxi con los cristales tintados. Me acerqué a Sergio para acurrucarme.
-Estás helada y temblando.
Se acercó más a mi para darme calor.
-Tranquila, en unos minutos llegamos.
Acariciaba mi brazo para intentar que reaccionase al calor del roce, pero mis dientes castañeteaban. Estaba aterrada, a un paso de mi casa y retenida por no sabía muy bien qué peligros. El coche entró en un garaje, Sergio bajó y me tendió la mano para que hiciese lo mismo.
-Vamos, cariño, ven. Aquí estás a salvo.
Subimos unas escaleras enmoquetadas, las paredes llenas de retratos familiares.
Una mujer guapísima, como salida de una película antigua nos vino a saludar.
-¡Bienvenidos! ¡Estábamos preocupados! Tardasteis mucho. ¿Qué ha ocurrido?
Se acercó a Sergio y le dio un par de besos. Sentí celos de ese calor.
-Luego hablamos. Talara esta es Samantha, uno de nuestros contactos en Londres.
Le iba a dar dos besos pero me tendió la mano cortesmente.
-Encantada.
-Pues cuando quieras me cuentas. Os esperábamos hace un par de horas.
-Talara, ven, no te quedes atrás.
Sergio me dio la mano y me dirigió a una habitación.
-Este será tu dormitorio estos días. Descansa un rato, luego pasaré a verte.
-¿Y tú?
-Luego hablamos.
Se fueron los dos cerrando la puerta y dejándome en una habitación lúgubre y triste. En ese momento odié a Sergio y a esa mujer. Me lancé sobre la cama con rabia y ganas de llorar, pero no pude, se me cerraban los ojos, estaba como aturdida, como si me hubieran drogado… el agua… ¿me habrían puesto algo? Mi cerebro una nebulosa que no podía pensar, negro, oscuridad…
Me despertó la voz de Sergio. Me costó abrir el ojo.
-Vamos dormilona. Llevas 24 horas durmiendo. ¿No quieres ver la ciudad?
-Jooooo. Quiero dormir, sólo dormir. No quiero nada más. Estoy cansada.
-Venga. Tienes que desayunar. Vamos.
Comenzó a darme besos por todo el cuerpo. Sabía que me encantaba y me hacía reír. Me revolví en la cama, me abracé a él y me levanté. Entré en la ducha y con el jabón fueron desapareciendo mis tristezas.
-¡Guau! ¡Da gusto verte! ¿Estás mejor? ¿Más tranquila?
-Si. Vamos, tengo un hambre…
Varios días saliendo y entrando como turistas. Comenzaba julio paseando por Londres sin haberlo planeado, pero con ganas ya de descansar en mi casa.
-Mañana nos vamos, pero no llames a tu madre aún. Ya la avisarán. Cuanto más discretos seamos, mejor.
Notaba a Sergio cambiado, no sé si era la tensión, si se estaba alejando de mi, si era por estar en Londres o por Samantha, pero estaba distante.
El vuelo transcurrió sin novedad. Al llegar a España mi madre nos esperaba feliz. Después de pasar los controles fui corriendo a su encuentro.
-¡¡¡Mamá!!! ¡Qué guapísima estás!
La estreché en mis brazos.
-Te quiero mi niña. ¿Qué tal el viaje? ¡Has adelgazado! Tienes que cuidarte, cielo, o te quedarás en los huesos.
La primera semana la pasé en casa de mi madre, a penas salimos, nos pusimos al día la una de la otra. Juntas, abrazadas mirando las fotos de mi viaje. Emocionadas. ¡Cómo nos echábamos de menos!
Mi madre y yo estábamos comiendo y sonó el teléfono.
-Talara, hola. Esta tarde te voy a buscar y ya vienes a casa, ¿te parece?
La voz de Sergio me hipnotizaba. No podía poner resistencia a lo que me pedía. Accedí. Mi madre se quedó un poco triste, pero yo vivía con Sergio. Casi todas mis cosas seguían en su casa.
Vino a buscarme temprano. Llegamos al apartamento, cerró la puerta y se abalanzó sobre mi con sed de semanas de sequía.
-¡Dios! Se me hizo eterna la espera.
Su cuerpo me aplastaba contra la pared, sus manos recorriéndome, su boca besándome y mordiéndome con ansiedad. Desnudándonos con la impaciencia de los cuerpos que se pertenecen y se desean desde hace meses, y se saben cómplices de amor, con la locura del tiempo de ausencia. Nos amamos allí mismo, la pared nuestra cama, el suelo nuestro colchón, solo su cuerpo y mi cuerpo, su alma y mi alma, solos los dos. Deteniendo el tiempo, sintiéndonos, fundiéndonos en uno, sólo uno.
-¡Te he echado de menos!