A penas me cruzaba con Sergio. Estaba muy ocupado con los casos que llevaba. Del mío, no sabía por qué motivo, no quería ni hablar. Por el día él en su oficina y yo en la mía, por la tarde la pasaba sola o con mi madre y por la noche a penas hablábamos. Estábamos pasando por una etapa de locura de amor en la que sólo cruzábamos dos palabras y ya estábamos el uno sobre el otro, como animales en celo, como si esto pudiese terminar. Nos devoraba la impaciencia de los cuerpos que saben que no existirá un mañana, que en el momento siguiente se van a perder. Daba igual el lugar donde me encontrase, al entrar me llamaba, yo contestaba o acudía y allí mismo nos amábamos. No éramos dueños de nuestra ansiedad, no nos pertenecía nuestro deseo. Necesitaba estar pegada a él, unida a él, respirar su calor, sentir su pasión. Nos pertenecíamos hasta el punto de la locura. El roce de sus labios, el contacto con su piel, su mirada… Su mirada y su voz me hipnotizaban. Jugábamos con el amor , y ganábamos, siempre ganábamos. Éramos niños jugando y sabiendo que el recreo podía terminarse, pero había tiempo, aún disponíamos de tiempo.
-Talara
La voz de Sergio me despertó, me había tumbado un rato para descansar y me había quedado dormida en el sofá. Vino hacia mi, dejando sus cosas en la mesa. Se arrodilló en el suelo y me acarició la cara, me besó, despacio, su lengua se abrió paso entre mis labios y la mía le respondió. Acariciaba mi mejilla con suavidad, sus dedos se detuvieron en mi boca.
-Me gusta besarte, me encantan tus labios.
Me abracé a él buscando su protección, no sé si había tenido una pesadilla o si ese sexto sentido que tenemos a veces las mujeres, me estaba avisando de un peligro inminente. Sergio me abrazó mientras acariciaba mi pelo.
-Estás temblando. ¿Te encuentras bien?
-No sé Sergio.
Me acurruqué en su abrazo, mi cabeza escondida en su pecho, necesitaba el contacto con su piel.
-Te quiero, Talara, lo sabes, ¿verdad? Tenía necesidad de verte, de que regresaras, tanto tiempo sin ti… si llegas a tardar un poco más hubiera ido a buscarte.
Sus manos comenzaron a buscar mi piel, sus labios mi calor. Me tomó en sus brazos y me llevó a la habitación.
-Aquí estaremos mejor.
Esta vez fue suave, lento, delicado, todo amor. Hoy lo necesitaba así, tranquilo, mimoso, tierno. Nos amamos sin prisas, el tiempo no existía. Su caricia, su ternura hicieron en mi la calma.
Así, abrazados amanecimos al día siguiente. Él se fue a trabajar y yo me fui a mi oficina.
Estaba intentando decidir si regresaba a Australia en agosto o en septiembre. Javier lo hizo por mi.
-Te irás en septiembre, es más fácil programar el viaje para esa época. No puedo ir contigo, como quería, tengo que resolver aún muchas cosas por aquí. Pero si termino a tiempo, antes de tu regreso habré ido a visitarte.
-Genial, disfrutaré aquí el verano y el calor y me iré a la primavera.
-Con un poco de suerte estarás aquí de vuelta por Navidad. Pedro y Jaime ya trabajan en ello.
Regresé a casa contenta con la noticia, tenía ganas de llamar a Emily para decírselo, pero un poco triste porque de nuevo estaría alejada de Sergio unos meses.
Cuando él llegó a casa, comenzó a besarme.
-Sergio, ¡para!
Siguió.
-¡Para! Tenemos que hablar
¿Qué tenía esa frase que no nos gustaba nada? Era como un presagio de una fatalidad, de un final. Tres palabras que detenían el mundo, que ponían en tensión al que las escuchaba. Creaban conflicto y ansiedad.
-¿Qué ha pasado?
-Regreso a Australia en septiembre. ¿Vendrás conmigo?
-No sé. Aún es pronto para poder decidirlo.
-¿Qué te traes entre manos? Aún no hemos hablado de lo mío, de lo que ha pasado, de por qué me cambiasteis el vuelo, por qué terminamos en Londres unos días. Necesito respuestas, Sergio.
-¡Ten paciencia!
-¿Más? ¿Te parece que tengo poca paciencia? El tiempo que paso sola me vuelvo loca, cavilando, elucubrando… Intento entretenerme, pero al final termino pensando…
-Aún no puedo dártelas. Aún no tengo todas las respuestas. Estoy construyendo el puzzle, necesito tu tranquilidad.
-Tienes mi calma. No volveré a preguntarte. Cuando creas que puedes decirme, te agradeceré que lo hagas. Aunque necesite saber, resistiré. Te amo tanto… que a veces me ahogo pensándote.
Tomó mi cara entre sus manos, me miró con esa mirada suya que me desarmaba, y me besó.