Sergio y yo, solos, durante varios días. ¿Qué podía salir mal?
-¡Qué preciosidad!
Sergio aparcó delante de la cabaña, salimos del coche y con los brazos en alto mirando al cielo comencé a dar vueltas y a gritar.
-¡Esto es vida!
Un montón de pájaros salieron volando, asustados.
-¡Calla, loca! Si sigues gritando así se van a enterar en la ciudad de dónde estamos.
Vino hacia mi, me abrazó y lo besé.
-¿Te gusta?
-¡Me encanta!
-¡Vamos dentro! El amigo que me la recomendó me dijo que era impresionante.
Me tomó de la mano y me llevó corriendo hacia dentro. El amigo de Sergio tenía razón. La cabaña era pequeñita pero muy bien decorada, sin cosas de más, moderna, acogedora, con chimenea para pasar el invierno y aire acondicionado para el verano. La cocina a un lado del salón, y una habitación con una cama enorme que miraba al mar a través de una pared de cristal, a continuación el cuarto de baño, también con vistas a la playa y con una bañera enorme. Me enamoré de la cabaña en cuanto la vi.
-¡Quiero una así para vivir!
-¡También yo! Sólo tenemos que jugar la primitiva y esperar que nos toque.
Reímos. Sergio tomó mi mano.
-Ven, vamos a la playa.
La parte de atrás de la cabaña tenía una puerta de la que partían unas escaleras que bajaban a un pequeño jardín. Desde el jardín partía una bajada en cuesta con escaleras alejadas unas de otras que llevaba hasta la playa, solo para nosotros. Sergio comenzó a desnudarse.
-¡Vamos! ¿A qué estás esperando? Te dije que no ibas a necesitar nada.
Seguí sus pasos, me desnudé y salí corriendo tras él.
-¡Qué buena está!
Bañarse desnudos en el mar. Un sueño que acababa de hacer realidad. En estas aguas tan cálidas era una sensación indescriptible, de libertad, de paz, de plena sintonía con la naturaleza. Nadamos un rato y Sergio se fue acercando a mi en silencio.
-Me estás asustando.
Cuando llegó a mi altura me dio una calada. Cuando salí a la superficie con los pelos por la cara, intentando respirar Sergio se estaba riendo. Comencé a salpicarle, volvió a acercarse a mi, me abrazó y nos sumergimos juntos. Me besó, nos besamos. Eso si era un beso con sabor a mar. Salimos a la superficie y puse mis piernas alrededor de su cintura, le eché el pelo hacia atrás y de nuevo lo besé, me devolvió el beso y me abrazó en un abrazo de los que nunca se quiere salir, un abrazo en los que dos pasan a ser uno, un abrazo que te impide respirar, que al hacerlo te das cuenta de que ya no eres tu, eres el otro, el mismo aire, el mismo latido, el mismo cuerpo.
Salimos del agua y ya empezaba a temblar, los dedos arrugados, los dientes castañeteando.
Cogimos la ropa y subimos de la mano.
-Corre, Sergio. Esto no pinta nada bien.
El cielo comenzaba a ponerse negro, a cerrarse, a oscurecerse, no presagiaba nada bueno, y así fue. Nos pilló casi en la casa. El agua de la lluvia estaba helada. Entramos corriendo y comencé a estornudar.
-Vamos, llenaré la bañera. Un baño de agua caliente nos sentará bien.
Envuelta en una toalla, tiritando, acurrucada en un sillón, esperaba. Fuera seguía lloviendo.
-Talara
La voz de Sergio interrumpió mis pensamientos. Vino a buscarme y desde la puerta me tendió su mano, seguía desnudo, me acerqué dejando caer al suelo mi toalla. Entramos juntos en la bañera. El calor del agua y los brazos de Sergio hicieron que por fin dejara de tiritar.
-Desearía poder estar así toda la vida.
Sergio detrás de mi acariciando mi espalda, enjabonando mi pelo. Me giré para besarlo.
Me gustaba nuestra complicidad en la intimidad, a penas necesitábamos hablar. Nuestras miradas decían tanto…
Escuché un ruido fuera. Sergio puso su mano en mi boca para que no dijese nada. Llevó su dedo índice a sus labios. Todos mis sentidos en alerta. Acercó sus labios a mi oído y en susurro a penas perceptible:
-Vamos, sal de la bañera. Procura no hacer ruido.
Lo intenté, juro que lo intenté, pero al poner mi pie descalzo y mojado en el suelo resbalé y pegué un grito. Caí sobre el suelo frío con la suerte de que mis manos pudieron amparar casi todo el golpe, aunque mi frente también recibió su parte. Sergio me hizo las curas, me mimó, besó cada centímetro de piel lastimada. Me sentía vulnerable a sus caricias, a su abrazo.
-¿Qué pasó?
-¿A qué te refieres?
-¿Por qué tapaste mi boca, por qué tuve que salir así de la bañera?
-Podría haber alguien fuera.
-Sergio, por favor. ¿Qué está pasando? ¿A qué tienes miedo? ¿Por qué estamos en este precioso lugar pero tan alejados del mundo?
-Nada, no pasa nada. Soy un romántico, es sólo eso, por eso te traje aquí. El ruido… entiendo que exageré.
– Me vas a matar de un susto. Si hay algo que deba saber por lo que estoy o estamos en peligro dímelo ya. No soy ninguna niña. Me asusta más el no saber qué está pasando, el no saber a qué atenerme, lo que puedo y no puedo hacer, o lo que debo y no debo hacer. Dímelo de una vez, Sergio, ¿Qué está pasando?
-Está bien. Termina de vestirte. Te espero en el salón. Voy a preparar un café bien caliente.