No sé bien cómo ocurrió, no lo recuerdo. Esa falta de memoria que nos da la vida, a veces, después de haber pasado por momentos de mucha tensión, es la que me impide recordar. Me vi de pronto en una ambulancia, sentada, con la mano de Sergio en mi mano. Con un médico insuflándole aire. Respiraba. Sergio respiraba, aunque mal, respiraba.
-¿Está bien? ¿Se va a salvar?
-¡No lo sé! Espero que sí. Fue una suerte que estuviésemos cerca.
-Si, una suerte.
Los había llamado por teléfono, suponía. Había entrado en la casa y había llamado, pero ni siquiera recordaba donde estaba el teléfono. Seguía aturdida, sin saber cómo había conseguido contactar con la ambulancia. Era mejor no pensar. Llegamos al hospital y bajamos. Me retuvieron en la entrada, tenía que cubrir unos papeles y contestar a unas preguntas. Contacté con su familia y después marqué el número de mi madre, que de nuevo no contestó. Comenzaba a inquietarme. Cuando mi madre se ausentaba por algo me llamaba para avisarme, y esta vez no me había dicho nada, a lo menos era raro, muy raro.
Después de unas horas en observación me dejaron entrar a verlo. Le habían hecho varias pruebas para ir descartando cosas. Se había despertado y aparentemente estaba bien.
-Sergio…
Me acerqué a la cama. Estaba despierto, me sonrió y me tendió su mano.
-¿Cómo estás? ¿Qué tal te encuentras?
-Bien, creo que estoy bien. No recuerdo nada de lo que pasó. Me han dicho que me desmayé, perdí el conocimiento y van a hacerme pruebas. Si todo va bien me dejan regresar mañana a la cabaña.
–Si todo sale bien no sé si tendré ganas de volver a la cabaña.
-Joooo.
La cara de Sergio era como la de un niño pequeño al que le han prometido algo y no se lo cumplen.
-Bueno, lo discutimos luego.
Sonó mi teléfono y salí a contestar. Era mi madre.
-¡Hola mamá!
-Hola mi niña. ¿Qué tal estáis?
-Bien, mamá. Estamos en el hospital porque Sergio se desmayó y le están haciendo pruebas.
-¿En qué hospital?
-No te preocupes, mamá. Habíamos salido de vacaciones y ¡fíjate! …
-Vamos Talara. ¿Dónde estás que me acerco?
-Déjalo mamá. ¿Dónde estabas? Me costó trabajo dar contigo.
-En casa de unos amigos. Me invitaron y aquí estoy. No me pude negar.
-Te he llamado varias veces. Primero para avisarte de que Sergio y yo nos íbamos a tomar unos días de relax, y después cuando Sergio se desmayó. Dar contigo es como buscar una aguja en un pajar.
Mi madre rió nerviosa, era la primera vez que le echaba algo en cara y ella se sentía culpable.
-¡Cuéntame! ¿ Cómo está? ¿Cómo se encuentra?
-¡Todo bien! Se encuentra bien, no piensa más que en volver a la casa rural, no sé si podremos regresar, las circunstancias no están siendo las mejores.
-Por mi no te preocupes, cielo, estoy bien. Si necesitáis algo no dudéis en llamar.
-Gracias mamá. Te quiero.
-Y yo a ti, mi vida.
Colgué con la sensación de que mi madre me ocultaba algo. Era transparente para mi igual que yo lo era para ella. Nos conocíamos a la perfección. Estaba casi segura de que no me había dicho la verdad. Con alguien estaba, pero no con amigos. Era la primera vez que mi madre me mentía abiertamente, sin que le costase trabajo hacerlo. Empezaba a comprender que quizás no fuese la persona más importante en su corazón. Resultaba extraño no ser su única prioridad, pero me alegraba por ella, se merecía ser feliz. Intentaba visualizar en casa de quién podía estar pero no se me ocurría nadie, no sabía en quién pensar. Hacía tiempo que la notaba diferente, pero yo lo estaba pasando tan mal que lo había achacado a su fortaleza para animarme. En cuanto me viese más tranquila hablaría con ella. Intentaría hacerla hablar, sabiendo que iba a ser duro para las dos. Alguien ocupaba parte del espacio que antaño había pertenecido a mi padre, pero la vida continuaba. El corazón de las personas era enorme, lo sabía, se podía repartir y abrir al mundo. Para eso estábamos aquí, para darnos, para ayudarnos en el camino; para hacernos la vida un poco más llevadera; para ser luz en la oscuridad de otros, para eliminar parte de las sombras. Para compartir el gran peso que suponía a veces la vida. Para amar, para amarnos…
Me quedé embobada unos minutos y volví a la habitación de Sergio, él había sido mi luz en todo este tiempo, ahora yo tenía que iluminar su camino.