Mi madre aparcó el coche frente a la cabaña, la miró con la boca abierta.
-¡Es preciosa!
Sergio y yo estábamos agotados de puro nerviosismo, estos días de relax habían sido los más cansados en mucho tiempo.
-Vamos os ayudaré con las bolsas de comida.
Antes de llegar a la casa habíamos parado en un súper a coger provisiones. Entramos, dejamos las bolsas en la mesa y caímos rendidos en el sofá.
-¿Cuántos días más os vais a quedar por aquí?
-Dos o tres, a ver si resistimos tanta soledad. En unos días tengo que estar en la ciudad para arreglarlo todo, pronto regresaré a Australia, aunque no sé…
-¿Qué estás diciendo? pues claro que regresarás. Yo estoy bien y podré sobrevivir sin ti unos meses. ¡Vamos! Hay que preparar la comida.
Sergio intentó levantarse pero mi madre lo atajó.
-¡Ni hablar! La comida hoy corre de mi cuenta. He comprado alguna cosilla y cocinaré yo. Sentaos cómodamente y después me enseñáis todo. Lo que se ve es impresionante.
-Ya verás, te va a encantar..
Comimos tranquilamente los tres , y salimos a pasear. Mi madre estaba deslumbrada por las vistas, por la playa, por la casa…
-Es todo impresionante. ¡Qué bonito! No la conocía, es más, ni siquiera sabía que existían casas así . ¡Me encanta!
-Si, la verdad que lo es, pero también es demasiado peligrosa y solitaria.
-No digas eso. Solitaria sí, pero no creo que peligrosa. Son cosas que pasan, no pienses en que esto haya tenido nada que ver con lo que te ocurre a ti, cariño.
Mi madre no quería dejarnos solos, pero sonó su teléfono y alguien que reclamaba su atención al otro lado la consiguió convencer para que se fuera.
-Tengo que irme ya, tengo un montón de cosas que hacer, pero vendré a buscaros. Si necesitáis algo sólo tenéis que descolgar el teléfono y llamar, estaré pendiente, ¿vale? El médico ya dijo que no hay de qué preocuparse, tened cuidado y relajaos bien. ¡Llamadme y acudiré!
Acompañé a mi madre a la puerta. Ella sonrió.
-Tu y yo tenemos una conversación pendiente. Tienes que contarme algo.
-¿Qué tipo de conversación, cariño? No te preocupes, si quieres hablar, hablaremos.
El diagnóstico había sido favorable, dentro de lo malo estábamos en lo mejor: una crisis de ansiedad, cansancio… Mejor eso que pensar en que alguien lo había atacado. Estábamos más tranquilos. Le habían dado ansiolíticos y le pidieron que se tomase todo con más calma, como si eso fuera fácil de conseguir.
Pasamos tres días más en la cabaña, solos, relajados. Amanecíamos y dábamos paseos por la playa, nos bañábamos, nos tumbábamos en la arena, preparábamos la comida juntos. Cenábamos viendo ponerse el sol. Estar sin hacer nada era maravilloso, sin teléfonos interrumpiendo, sin televisión… Sergio y yo conociéndonos un poco más, hablando y descansando. Era una delicia. Nos acostábamos pronto y charlábamos antes de dormir.
-Sergio, creo que no voy a volver a Australia.
-¿Qué estás diciendo? Tienes que volver, por mi no te preocupes, estaré bien.
-Con todo lo que ha pasado no sé si me atreveré a ir, no quiero que estés solo.
-Estaré vigilado por los médicos y por tu madre.
-Te quiero.
-Este verano ha sido un poco extraño pero ha estado bien. Tienes que regresar a Australia, estaré pendiente de ti en todo momento. No va a pasar nada, ya lo verás. Disfruta de la vida, de Emily, del verano austral. Te lo mereces Talara, deja de pensar en posibles peligros.
-Eso me lo dice alguien que acaba de salir de una crisis de ansiedad, claro, claro.
-No seas tonta. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, solo es eso.
Me tomó entre sus brazos y me besó la frente, yo me acurruqué en él como si esa fuese a ser nuestra última noche juntos. Su calor me tranquilizó. Me estaba meciendo en el sueño, sintiendo que la cabeza empezaba a deambular a su antojo, con esa neblina que ofrecen los primeros sueños en la noche.
-Te quiero Talara.