36. El ruido nos hizo comprender que estábamos de vuelta en la realidad.

El ruido nos hizo comprender que estábamos de vuelta en la realidad. El contraste era serio, del trino de los pájaros habíamos pasado al grito de las personas. Del silbido del viento al pitido de un claxon, y así todo. La ciudad nos hacía cambiar, incluso nuestras miradas habían dejado de ser plácidas, en cinco minutos, sólo bastaban cinco minutos para deshacer el encanto de la tranquilidad.

Al día siguiente Sergio tenía que acercarse a la comisaría y yo a mi oficina. Intentamos dormir algo pero había demasiado ruido, también interno.

Llegué a la oficina y fui a hablar con Javier.

-Pasa Talara. Bienvenida, no te esperaba tan pronto. Siéntate. Tenemos que hablar de tu viaje. No podré acompañarte, pero bueno, tampoco lo necesitas. Vamos cuéntame ¿qué tal en esa maravillosa cabaña?

Me descolocó tanta naturalidad. Yo no le había contado nada, sólo que me tomaba unos días libres. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué o por quién se había enterado? Le hablé, le conté por encima sin meterme en lo que le había ocurrido a Sergio.

-¿Cómo está Sergio? ¿Recuperado del susto?

¿Me habría puesto un micrófono? ¿Tendría una cámara en mi bolso? Por Dios ¿Qué estaba pasando?

A la hora del café decidí ir a tomar un poco el aire fuera del edificio, con la intención de llamar a Sergio. Iba pensando en mis cosas y al salir del ascensor me crucé con mi madre que entraba. La cogí por un brazo.

-¡Mamá! ¿Qué haces aquí? No hacía falta que vinieras.

-Cariño no sabía que habías regresado. No me avisaste.

-¿Entonces…? ¿Qué haces a…? ¡Ah…! ¡Dios mío, parezco idiota! ¿Tú y …? ¡Mamá…! ¿En serio?

-¡Ni que hubieras visto un fantasma! Estoy en edad de merecer. ¿De qué te extrañas tanto? Ya eres mayorcita para saber como funcionan ciertas cosas… ¡Ah…! ¡Cría hijos…!

Mi madre se iba a ir.

-Mamá, espera. Perdona, es que…

-¿Es que…, qué?

-Nada, nada. Que no me lo podía imaginar. Haces bien. Tranquila. No voy a decirte lo que debes o no debes hacer. Es tu vida.

-Perdona, mi niña. No esperaba cruzarme contigo así, prefería que te hubieses enterado de otra manera. Iba a contártelo en cuanto te viera, pero esperaba que fuese en un sitio algo más tranquilo. ¡Lo siento!

-Vamos, ven. Tenemos mucho de qué hablar. Te invito a un café, o bueno, invítame tú, creo que me lo he ganado.

La agarré por la cintura y caminamos riendo hacia la cafetería de enfrente.

-Cuéntame, ¿qué ha pasado? ¿cómo ha sido?

-Él siempre estuvo enamorado de mi. Éramos amigos y siempre mantuvo el secreto muy bien, por lo menos yo no me había enterado. No sé si tu padre se habría dado cuenta. Fuimos muy amigos los tres, durante mucho tiempo fuimos inseparables. Perdimos un poco el contacto por los destinos y eso, pero aún así intentábamos vernos siempre que podíamos. Nos queríamos los tres, sentíamos ese cariño especial de las amistades de los primeros años, ese amor imborrable que perdura en el tiempo, que rompe barreras y hace que la distancia sea menos distancia, que el paso del tiempo se atenúe. Existen amistades así, suelen ser las primeras amistades de juventud, el tiempo pasa y no las destruye, más bien lo contrario, las fortalece. Hablábamos por teléfono, se preocupaba  por ti, por tus estudios, era como un hermano para nosotros y como un tío soltero para ti. Desde que comenzaste a trabajar con él el contacto se hizo mayor. Al morir tu padre Javier tuvo un pequeño acercamiento haciéndome saber que si necesitaba cualquier cosa podía contar con él siempre. Siguió llamándome, quedamos a tomar café, me invitó a comer varias veces, y después a cenar. Cada vez nos veíamos más. Te fuiste a Australia y sus visitas comenzaron a ser habituales. Después una cosa llevó a la otra, y aquí estamos, saliendo juntos, enamorados como críos y felices, Talara. Felices de compartir nuestra vida cuando ya creíamos que no nos quedaba mucho más por hacer. Él me quiere, yo lo quiero. Me ha pedido que me vaya a vivir con él, pero no sé…

-Mamá…

La abracé y la besé con ternura, comenzaron a brotar las lágrimas de sus ojos.

-Tenía miedo a decírtelo, a que no me comprendieses. He querido mucho a tu padre, y nadie puede borrar lo que he vivido con él,  pero sigo viva, sigo aquí y necesito sentir el calor de un hogar de nuevo.

-Mamá, te quiero muchísimo y todo lo que te haga feliz a ti bien está y bien me parece. Quiero que seas feliz, te lo mereces.

Esta vez mi madre fue quién me abrazó a mi.

-Vamos, tengo una cita y tu tendrás que volver al trabajo.

Pagamos y salimos juntas hacia mi oficina.

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.