44.Después del cambio de hora

Después del cambio de hora español, era más fácil escoger el momento para llamar, la diferencia era de nueve horas y media a mi favor.

Sergio había cogido la costumbre de llamarme más o menos sobre las 12 del medio día en España, las 9,30 de la noche en Adelaide. Él tomando su café y yo en casa tranquila la mayor parte de las veces.

-¡Los han soltado!

Sergio acababa de llamarme, me costó un rato entender, el cerebro cuando se desacostumbra a pensar en algo que no le gusta, no lo trae a la mente a menos que alguien se lo recuerde.

-¿A quiénes han soltado? ¿A los perros?

-Talara, por favor, no estoy para que me hagas bromas. Estoy preocupado.

Por fin entendí, me costó trabajo pero entendí, no supe reaccionar. Un pequeño silencio que Emily entendió como fin de la conversación la hizo entrar en la habitación y la voz de Sergio del otro lado pronunciaba mi nombre.

-¿Quién llamaba?

Se sorprendió al verme tan seria y con la vista perdida.

-Talara, Talara, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?

Me sacó el teléfono de las manos.

-¿Quién es?

-¿Emily?

-¿Sergio?

-Si, ¿qué le ha pasado a Talara?

-No sé, acabo de entrar en la habitación y estaba de pie, parada, mirando al infinito. ¿Ha pasado algo?

Por fin reaccioné y le quité el teléfono.

-Sergio, ¿cómo es posible? ¿qué ha pasado?

-Ya te lo dije la última vez que hablamos del tema. No hay suficientes pruebas para acusarlos de nada. Ni tu ni tu empresa sufristeis ningún daño. Llevan muchos meses privados de libertad, buena conducta, no tienen antecedentes…

-Tenían que haberme matado, ¿es eso?

-Talara. Tranquila, no pueden salir del país por una larga temporada, pero ten cuidado, ¿vale? Sé prudente, por favor.

-Sergio, tengo que dejarte, ahora no puedo hablar.

Colgué sin esperar su respuesta, colgué y me senté con el teléfono en la mano, colgué porque mi cabeza repetía una y otra vez lo sucedido la noche en la que íbamos a reunirnos los trabajadores de mi empresa para la cena de Navidad. Emily se acercó a mi con cara de preocupación.

-Por Dios, Talara, ¿puedes contarme qué está pasando?

-Los han soltado

-¿A quiénes han soltado?

-Han soltado a Alfonso y a Martina. No pueden salir del país en una temporada, pero ya no estaré segura en ningún sitio.

-No digas eso. Ahora estás aquí, a salvo. No me mires así.

-¿Te has olvidado de lo que pasó hace unos meses? Casi nos matan a todos.

-No sabemos quienes fueron. Sólo se hicieron algunas hipótesis pero no se pudo confirmar nada.

-No quiero que os metáis en problemas por mi culpa.

-No digas tonterías, anda. Son cosas que pasan. Hay gente loca en todas partes.

-Gracias, sé que no quieres que me preocupe, pero es inevitable. No sé qué voy a hacer. El mes que viene tengo que volver a España…

-Cuando llegue ese problema ya lo abordarás, de momento estás aquí conmigo y no voy a consentir que nadie te haga daño.

Nos abrazamos y las dos lloramos, una contagiada por la otra. Estaba en Adelaide y no podía consentir que algo sobre lo que yo no tenía el control, me amargase la vida.

-Te voy a poner algo que encontré hace unos días.

Puso un CD con un montón de canciones que habíamos grabado en la época de estudiantes en la que habíamos vivido juntas: Amaia Montero, El canto del loco, Raúl, David Civera … Comenzamos a bailar como si estuviésemos en aquel momento, en aquella época. Recordando, reviviendo. Cuando nos agotamos de tanto bailar nos tumbamos en el suelo y hablamos de todo: lo que habíamos compartido en la universidad, lo que habíamos vivido juntas,  lo que echábamos de menos de esa época, de las personas que habíamos conocido, de los amigos que nos habían dejado, los que se habían ido… Comenzó a sonar «El corazón partío» de Alejandro Sanz y se hizo el silencio.

-¿Te acuerdas?

-Era una de nuestras canciones.

-Siempre la bailábamos tú con Fran y yo con Pedro, en cuanto sonaba allá venían.

-¡La bailamos una vez en la calle!

-¡Si, en pleno centro de Madrid! Yo ni me había dado cuenta de que estaba sonando, pero ellos… jajaja, ¡la oían  a distancia! Ellos iban delante de nosotras y de pronto se volvieron y nos agarraron de la cintura.

-Si, yo muerta de la vergüenza. ¡Qué tiempos!

Emily se levantó y salió un momento de la habitación, al rato volvió con un CD en la mano.

-Este me lo regalaste tú.  Por mi cumple, creo.

-¡El alma al aire! De Alejandro. ¡Cómo nos gustaba!

Se acercó y lo puso en el lector. «Cuando nadie me ve» , «Quisiera ser», «El alma al aire»… Nos traían demasiados recuerdos como para seguir hablando, así que en silencio, escuchamos…

 

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