47.Aterrizamos en Alice Springs

Aterrizamos en Alice Springs sin novedad, un pequeño aeropuerto casi familiar nos daba la bienvenida desde un cartel. El termómetro marcaba 33º, hacía calor, pero se aguantaba bien. Fuimos en taxi hasta el hotel a dejar nuestras maletas y nos acercamos a la ciudad a tomar algo. Las calles me transportaron a las películas del oeste americanas, el color de la tierra, el polvo, la sensación de calor, las moscas…

Un montón de niños aborígenes jugaban cercas de sus madres, al pasar a su lado me fijé más en ellos y me quedé un buen rato observándolos en sus juegos. Los ojos de los aborígenes tenían algo que traspasaba mi alma. Tenían una mirada clara, limpia, acogedora, tierna. Esa sensación de sentirse en familia no le ocurría a mucha gente, pero a mi sí,  en mis paseos por los grandes parques de Adelaide, las veces que me había cruzado con ellos, siempre me habían saludado amablemente, como si nos conociéramos. ¿Sería verdad aquello de que las almas se reconocen? Yo me reconocía en ellos. Cuando lo comentaba con mis amigos me tomaban por loca, pero era una sensación, mi sensación. Si miras a los ojos a un aborigen, nunca volverás a ser la misma persona. Ojos enormes, oscuros, profundos, tristes, pero con una chispa que a mi no me dejaba indiferente. Seguían jugando, corriendo y riendo, de vez en cuando me miraban y yo intentaba disimular, se acercaron a tocarme y me saludaron haciendo un corro, le acaricié la cara a uno de ellos y no se sorprendió.

Desde la cafetería podíamos escuchar sus risas.

-No has dicho ni una palabra.

-Estoy observando, Emily. ¿Te has fijado en los niños? Son como ángeles

-No sé qué decirte. ¡Son niños!

Antes de regresar al hotel pudimos acercarnos a un pequeño jardín en el que había varias mujeres mostrando sus cuadros esparcidos por el suelo. Me había llamado la atención la cantidad de galerías de arte que había dedicadas a ellos y no comprendía por qué algunos exponían así sus obras. Me acerqué al único hombre que había, el cuadro que tenía a sus pies era una de las pinturas más bonitas de arte aborigen que había visto. Sus puntos serpenteando en forma de río, armas en los extremos, círculos. Me gustaban los tonos y el motivo. Me acerqué y le pregunté cuánto costaba, las señoras que había cerca, vendiendo también, se rieron como si lo que estaba a punto de comprar fuera la peor inversión del mundo. No dudé, le di más dinero del que me pidió y así todo me quedé con esa extraña sensación de llevarme algo que valía mucho más de lo que había pagado. Me cogió la mano y me explicó el significado de la pintura, pero entre que se notaba que llevaba alcohol de más, su pronunciación y mi mal inglés, no me enteré de lo que me decía, pero vi tanta ternura en sus ojos que le pedí me firmase el cuadro, le dio la vuelta al lienzo y estampó su nombre en él.

Caminamos despacio hacia el hotel, de lejos unas luces de colores parpadeando nos llamaron la atención.

-Emily, ese es nuestro hotel, ¿no?

-Creo que sí. Y eso son coches de policía o de bomberos. ¿Qué habrá pasado? Vamos, date prisa Talara. Espero que no haya sido nada grave.

Llegamos al hotel con la lengua de fuera, nos costaba respirar. Al entrar nos cruzamos con varias personas, había mucho jaleo en la entrada. La policía llevaba esposados a dos hombres que al pasar por mi lado me miraron con ira y escupieron al suelo salpicándome uno de mis zapatos. Se me revolvieron las tripas y mi cabeza comenzó a imaginar mientras mi corazón se inquietaba.

-Disculpen señoritas. -El recepcionista se acercó a nosotras temblando y hablando demasiado rápido para mi, el acento australiano a veces se me resistía impidiéndome entender toda la conversación. -Unos hombres han entrado… venían armados… no sabemos qué buscaban… menos mal que estaba aquí un agente y fue el que dio aviso a los demás… Podían habernos matado.

-¿Están todos bien? ¿Qué querían? ¿Se sabe algo?

-No han podido hacer nada. El policía que se ha dado cuenta estaba aquí abajo, ha visto algo que no le gustó y avisó a sus compañeros, gracias a eso ha evitado una desgracia, seguro.

Íbamos a subir a nuestra habitación cuando uno de los policías entró preguntándole al recepcionista por mi. Me quedé de piedra al escuchar mi nombre, me volví hacia él justo cuando me señalaba el hombre del mostrador.

 

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