Regresaba de mi paseo a la orilla del mar. Había conseguido relajarme y empezaba a pensar que todo eran casualidades desafortunadas. Subía sola en el ascensor tarareando la última canción que estaba sonando en la radio antes de apagar mi coche. Cogí mis llaves acercándome a mi puerta y descubrí que estaba entornada, la abrí un poco más. El desorden no dejaba lugar a dudas: habían entrado en mi casa. Llamé a la policía y me quedé esperando fuera su llegada. Mi corazón quería salir de mi cuerpo. Caminaba a un lado y a otro del portal, sudaba. Por fin llegó un coche de la nacional.
-¿Qué ha pasado?
-Alguien ha entrado en mi casa y lo ha puesto todo patas arriba.
-¿Se han llevado algo, echa de menos alguna cosa?
-No lo sé. No me he atrevido a entrar. Me daba miedo. Les estaba esperando.
-No se preocupe. Espere aquí.
Esperé un rato en las escaleras. El silencio se rompía con el latido de mi corazón.
-Ya puede entrar, está despejado.
Entré y en vez de tranquilizarme me puse todavía más nerviosa. Mi espacio había sido violado, comencé a temblar. ¿Qué buscaban los ladrones? Al primer golpe de vista no faltaba nada en mi salón, los cajones estaban abiertos y desordenados, los muebles fuera de su sitio, pero aparentemente todo estaba ahí. Fui a mi habitación, ni una sola cosa estaba en su lugar. ¿Cómo saber si faltaba algo? A cada minuto que pasaba, respirar se hacía más insoportable. Empezaban a temblarme las manos, las rodillas, en cualquier momento podría desmayarme.
Uno de los policías me dio palmaditas en la espalda, casi con cariño y me pidió que llamara a alguien para que pasase la noche conmigo. Sin dudarlo llamé a Martina, que en poco más de media hora estaba sentada a mi lado en las escaleras del que hasta ese momento había sido mi hogar. ¿Conseguiría vivir tranquila sabiendo que alguien había estado allí sin mi permiso? ¿Volverían? ¿Habrían encontrado lo que buscaban? ¿Pero qué buscaban?
La policía me había hecho un sin fin de preguntas que no supe contestar. Había ido a trabajar como todos los días, había comido en la empresa, al salir había regresado a casa. Después me había acercado a la playa. No me había seguido nadie, o eso creía, no me había cruzado con nadie al llegar, no había recibido llamadas extrañas, no estaba segura si faltaba algo o no. Les expliqué que llevaba unos días nerviosa por lo que le estaba pasando a mi pareja en Japón, el ruido de fondo del teléfono, el correo de Amnistía Internacional. No le dieron importancia a nada de lo que les estaba contando.
-Señora, no se vuelva paranoica, esto son cosas que le ocurren a cualquiera, estamos cansados de tomar declaraciones por culpa de rateros normales y corrientes que entran en las casas. Es el «pan nuestro de cada día». Si necesita algo, no lo dude, llámenos. Si recuerda algo más o se da cuenta de que le falta algo póngase en contacto con nosotros. Posiblemente haya llegado usted a casa antes de lo que esperaban y no les dio tiempo a robar lo que querían. Estése tranquila, habrá por aquí policía patrullando, y lo dicho, si necesita algo…
-Muchísimas gracias por todo. Mañana intentaré pasar por la comisaría y ya les diré algo, ¿vale? Ahora no puedo ni pensar.
-No se quede sola esta noche. Que la acompañe alguien y si puede tómese unas vacaciones y vaya a Japón, le hace falta desconectar.
Estaba segura que gracias a mi esa noche se reirían mucho en la comisaría: «La pirada del robo de hoy, que escucha voces en el teléfono, y lo del correo de Amnistía Internacional, jajaja, es estándar, todos los socios reciben el mismo cambiando el nombre. !Hay que fastidiarse! ¡Cómo se aburre la gente! ¡Qué paciencia hay que tener!» En mi cabeza podía escuchar sus risas.
¿Sería verdad que estaba viendo fantasmas? ¿Existirían realmente las casualidades? ¿O habría algún tipo de conexión entre unas cosas y otras?