Mi madre y yo cogimos un taxi para llegar a la estación, pues Sergio trabajaba y no podía acercarnos. Entramos en un vagón en el que prácticamente íbamos solas. Recordaba perfectamente lo que me gustaba viajar en tren, la sensación placentera que me daba ir sentada y relajada mirando el paisaje o leyendo, me sentía arropada y feliz.
-¡Me gusta viajar en tren! Me encanta el olor, el calor… me siento bien.
-Cuando eras pequeña lo utilizábamos mucho. A tu padre también le encantaba. De no haber sido piloto estoy segura hubiera sido maquinista.
Las dos reímos al recordarlo, aunque la sonrisa de mi madre pronto desapareció nublándole la mirada.
-Siento que os he traicionado a los dos.
-¿Cómo puedes decir eso?
-No tenía que haberme fiado de Javier.
-¡Era vuestro amigo desde la niñez!
-¿Cómo pude fiarme de él?
-No le des más vueltas, mamá. No puedes culparte de los que otros sientan o hagan. ¡Es absurdo! Cada uno tiene que cargar con sus culpas, no con las de los demás.
-Me fiaba tanto de él… Pensé que nos quería, a ti y a mi, y por supuesto a tu padre… ¡Pero qué equivocada estaba! ¿Cómo pude pensar en algún momento que podría sustituirlo?
-Mamá… No es sustituir, es intentar vivir acompañada, compartir la soledad. Te apoyé porque yo también creía en él, en que nos quería, nos apreciaba. Pero te repito que ni tú ni yo tenemos la culpa de lo que ha pasado. Su avaricia y su deseo de poder es lo que ha terminado con sus huesos en la cárcel y gracias a Dios no se ha salido con la suya.
-Jamás podré agradecerle a Sergio lo suficiente todo lo que ha hecho y hace por nosotras. ¡Qué suerte has tenido al encontrar a alguien como él!
-Es… un ángel, mi ángel guardián.
Al pronunciar esas palabras no pude evitar emocionarme.
El tren se puso en marcha y mi madre se acurrucó en mi, desprotegida, con necesidad de saberse querida, con necesidad de calor. ¿En qué momento comenzaban los padres a necesitar el amparo de sus hijos? Por primera vez la veía mayor, cansada, vulnerable y eso me entristecía. El reconocer a las personas que te han servido siempre de guía, de pilar como indefensas o frágiles, era lo que te hacía recordar el paso inexorable del tiempo. La vida caminaba implacable mostrando pequeñas señales a modo de pliegues en la piel, de pequeños olvidos en la memoria, recordándonos que aunque nos sintiéramos igual, habíamos cambiado
El viaje se hizo corto, charlamos de las amistades, de los lugares por los que íbamos pasando, de la vida en general, de cosas banales, pequeños detalles superficiales, con miedo, quizás, a abordar ciertos temas sin tener la intimidad necesaria que requerían.
Cuando nos bajamos del tren respiré profundamente y mis pulmones no sólo se llenaron de aire, también se llenaron de recuerdos, de caricias, de despedidas, de calor y dolor, de mucho amor. Esa estación de tren había estado ligada a mi vida, a los días de juventud, a mi pandilla, a mi familia. Me hacía regresar al pasado, a unos años en los que sentía, había sido muy feliz. Poco a poco se iban dibujando en mi cabeza retazos, imágenes de vida, de mi vida, recuerdos de juventud y niñez, que me habían hecho ser la mujer que ahora era.
El taxi nos dejó en casa. Al abrir la puerta sentí cómo mi corazón latía más fuerte. Buscaba con mis cinco sentidos algo que avivara mis recuerdos, pero no encontraba nada. El olor que llegaba a mi no era el olor que recordaba, cada familia tenía su olor, siempre había sido consciente de ello, pero esta vez no reconocía el nuestro. Las cosas ya no estaban en su sitio, algo había cambiado, en el perchero ya no estaba el abrigo de mi padre. Era como si el pasado hubiera desaparecido. Me replegué sobre mí misma, cayendo con suavidad hacia el suelo, comenzaba a llorar de tristeza, de desamparo, no encontraba nada de lo que aparecía poco a poco en mi cabeza, no reconocía y al no reconocer me embargaba una profunda tristeza y desesperanza, una angustia que me impedía respirar. Sollozaba cuando mi madre se acercó a mi.
-Está algo distinto, lo sé. Hicimos algún cambio… Javier se empeñó… yo lo dejé hacer…
-Es como si nunca hubiera pasado por aquí, mamá. Es como si nunca hubiera sido mi casa, es…, es… la oscuridad más absoluta, el vacío más incierto…, no sé si voy a poder permanecer aquí. Necesito recordar, mamá, necesito saber quién soy, de dónde vengo, lo que sentía… no sé… Esperaba que esta visita pudiera ser una ventana a mis recuerdos, una luz, y siento… como si estuviera adentrándome en la más profunda oscuridad.