Mi memoria regresaba poco a poco, quizás algo selectiva, a medida que iba descubriendo antiguas cosas. Los recuerdos se amontonaban por momentos. Me gustaba acercarme cada mañana a la pequeña casa pensando encontrar nuevas revelaciones. A medida que iba abriendo cajones, ojeando libros, mirando fotos, me adentraba en nuevos recovecos de mi vida, ventanas abiertas hacia el pasado que quizás antes del accidente, tampoco recordaba. Me gustaba lo que iba apareciendo ante mis ojos, en mi memoria. A veces , con solo una minúscula pincelada descubría un mundo de sensaciones y sentimientos hacia personas y lugares que habían ocupado gran parte de mi vida.
En cajas de cartón perfectamente ordenadas estaban guardados parte de mis dibujos y escritos de cuando era pequeña, regalos del día del padre o de la madre hechos con todo el amor del mundo que me hacían entender lo mucho que me habían querido mis padres. Juguetes que habían sido compañeros de horas y horas de distracciones, ahora funcionaban como pequeños faros que me ayudaban a volver a mi hogar, a recuperar mi vida. Qué importante era recordar, poder acariciar mi pasado a través de pequeños objetos que habían sido realmente significativos en aquellos momentos de mi corta existencia, saber que pertenecía a una familia, a un lugar, encontrarme en cada cosa que acariciaba o que me acariciaba la memoria, y en cada pequeño detalle descubrir una historia.
Mi madre se acercó a mi con una caja entre sus manos.
-Ten cariño, mira esto.
Al abrirla descubrí un sinfín de fotografías en las que el tema principal era yo.
-Cuando ordené las cosas de tu padre las encontré, sabía que las guardaba con la intención de hacer un álbum y regalártelo en un momento especial.
Se sentó a mi lado y comenzamos a verlas y a hacer comentarios de la fecha, de lo que representaban, de quién aparecía. Los recuerdos se abrían camino como un reguero de pólvora al prenderle fuego. Nos reímos, nos reímos mucho, nos abrazamos, nos dábamos pequeños empujoncitos cariñosos cuando descubríamos una foto especial. ¡Cuántas caras, cuántos amigos, cuántos juegos!
-Esto sucedió en… ¿te acuerdas? Este se llamaba… ¿cómo era…?
De pequeñas preguntas surgían grandes historias. Muchas de las fotos estaban marcadas por la parte de atrás con la letra de mi padre, indicando el lugar, la fecha y a veces el nombre de alguna de las personas que aparecían en ellas. Me gustaba reencontrarme con la letra de mi padre, era preciosa, y siempre me llevaba al momento en el que escribía mi nombre sobre los libros de texto o sobre algún papel que hubiera que rellenar.
Pocas cosas se necesitaban para abrir la puerta al pasado y recordar. Lo estaba haciendo realmente bien. El cariño que estaba recibiendo de mi madre significaba mucho para mi. Las fotos me hacían recordar pequeños instantes en los que era uña y carne con mi padre, conversaciones privadas entre los dos en las que no dejábamos participar a mi madre.
-¿Te sentiste excluída alguna vez?
-Cariño, ¿cómo puedes decir eso?
-Mamá, a veces papá y yo evitábamos hablar de ciertas cosas contigo porque sabíamos que no las ibas a entender.
-Mi niña, lo sé y lo sabía entonces. Me encantaba veros hablar con esa complicidad que quizás nunca tuviste conmigo, pero no podía tomarlo a mal, os quería demasiado.
-Gracias mamá.
La abracé con fuerza para hacerle saber todo lo que sentía y lo importante que era para mi. Gracias a su esfuerzo estaba empezando a entender quién era y hacia dónde iba. Enfrentarme de nuevo a mi vida era un reto que, ahora sabía, podía hacer en su compañía.
-Tómate el tiempo que necesites, no tenemos prisa. Sigue mirando y buscando. No tengas miedo en preguntarme cualquier cosa que pueda servir para traerte de vuelta. Eres lo más importante en mi vida, cielo. Voy a seguir con la comida.
Mi madre salió de la instancia, me quedé sola y suspiré. Tenía que encontrar parte de mi pasado para poder seguir caminando, así que me lancé a investigar el contenido de la siguiente caja.