Era cierto. Salíamos en las noticias. Como bien nos había contado Sergio, el juicio comenzaría pronto, y no sabía si estaba preparada para enfrentarme a todo lo que me habían contado que había sucedido. Tener que enfrentarme cara a cara con personas que habían formado una parte importante de mi vida y acusarlas de querer asesinarme me iba a costar más de un disgusto, estaba segura. En la televisión estaban saliendo sus caras y contaban de manera muy reducida parte de los hechos que me habían ocurrido en estos dos últimos e intensos años de vida que para mi seguían bajo una inmensa nebulosa.
-Mis amigos, los recuerdo perfectamente, Martina y Alfonso, pero exactamente no sé lo que ocurrió.
-Ocurrió que intentaron matarte, que si no llego a estar vigilando lo hubieran conseguido.
Me quedé pensativa un rato.
-¿Bailé para ti, verdad? Palmeras en la nieve era lo que sonaba… Salía de la ducha…
Lo miré con picardía mientras reía nerviosa.
-Por Dios, Sergio. Te necesito para recordar. Baila conmigo, anda.
Me acerqué a él y estaba tan sorprendido que se dejó hacer.
-Talara, no hay música.
-No la necesitamos. «Quién dirige el aire, quién rompe las hojas de aquellas palmeras que lloran. Quién maneja el tiempo que pierden a solas, quien teje las redes que les ahogan, ohohohohohhhh»
-¿Te la sabes?
-Acabo de recordarla.
Bailábamos abrazados, la mirada de Sergio me decía todo lo que necesitaba saber: me amaba. Acerqué mi cara a la suya hasta que tuvimos que cerrar los ojos, entreabrí mis labios y lo besé como hacía tiempo no besaba y el sabor de sus labios me devolvió a otros lugares, a otros besos, a otros recuerdos.
-Sergio, acabo de recordar tantos momentos a tu lado… tus labios me han llevado lejos…
-Tranquila cariño. Tengo muchos más besos guardados para ti.
Una voz nos hizo comprender que no estábamos solos:
-Estoy aquí. Sigo aquí. No me he ido, aunque si queréis me voy, sé dónde sobro.
Mi madre cogió su chaqueta y salió de la casa al tiempo que Sergio me abrazaba más fuerte. Entre sus brazos me sentía segura, sin miedos, sin peligros. Sus dedos recorriendo mi piel, acariciándola, trayendo a mi memoria otros momentos, otras caricias, su piel cálida, su cuerpo.
-Vamos a la habitación.
Tomé su mano y lo guié mientras me hacía arrumacos, besaba mi cuello, mis manos, acariciaba mi pelo. Cerró la puerta en cuanto entramos, me arrinconó contra la pared y me besó suavemente, acarició mi cara, mis labios; mi piel se erizó recordando su tacto, haciendo memoria de su calor, de su cuerpo. ¡Recordaba tantas cosas! Los recuerdos se abrían camino, afloraban en mi, venían a mi cabeza tantas sensaciones antiguas, revivía lejanas pasiones que habían estado escondidas durante demasiado tiempo. Me dejé llevar, él guiaba mis manos, mis labios se hacían eco en su piel, eco de antiguos besos, de antiguos recorridos, de antiguos sabores. Sentía en mis dedos, en su tacto, sentía tanto, sentía tanto que comenzaba a dolerme.
-Sergio, ¿duele el amor?
-Duele y mata, Talara. El amor si es profundo hiere, hiere hasta sentir que mueres.