No había sido muy complicado conseguir trabajo, la verdad, me había sorprendido lo rápido que había sido teniendo en cuenta que vivíamos en un país con una tasa de paro que hacía que se pusieran los pelos de punta y que realmente ni mi edad ni el hecho de ser mujer me favorecían. Pese a lo mucho que habíamos avanzado, seguía habiendo una diferencia abismal entre hombres y mujeres, no sólo en lo relativo a los sueldos, sino también en cuanto a conseguir que alguien te contratara. Estar entre la franja de edad susceptible de tener un hijo era igual que poner un punto negro gigante al currículum, curioso, al fin y al cabo, los hijos eran los que en un futuro tendrían que encargarse de pagar nuestras pensiones, pero mientras alguna de las pocas directivas que había siguieran pensando de igual manera siendo mujeres, ¿qué podíamos esperar de los hombres? Mucho teníamos que luchar aún para conseguir la tan ansiada igualdad. Tener que demostrar a cada paso lo válida que eras ejerciendo tu profesión sólo por el hecho de ser mujer, resultaba realmente agotador. Mi nuevo empleo no tenía nada que ver con el anterior, había conseguido un trabajo en el que a penas se valoraba mi currículum, iba a cobrar bastante menos, pero lo bueno era que podría ir ascendiendo a medida que fuera demostrando mi valía para el puesto. Bueno, estaba contenta de igual manera, por lo menos comenzaría a trabajar, a relacionarme con otras personas que no fueran mi madre y Sergio, que les agradecía mucho su esfuerzo por intentar hacerme sentir bien, pero necesitaba más, necesitaba saber que podía valerme por mi misma de nuevo, que podía salir adelante, que seguía teniendo algo que ofrecer a la sociedad.
A lo largo de este tiempo en el que no había trabajado, me había sentido un poco inútil, necesitaba ponerme de nuevo las pilas.
¿Cuántas mujeres, trabajando sin parar en sus casas, educando a sus hijos, pasando noches en vela, sufriendo por ellos, se habían sentido inútiles a lo largo de sus vidas por el simple hecho de tener que depender del dinero de otros para vivir? Era injusto que el trabajo y la dedicación de algunas madres no tuviera una recompensa. Quizás esa era otra forma de esclavitud. ¿Cuántas mujeres morían al año a manos de sus «parejas», cuántas pensaban que no podían irse por no tener nada, por no poder encontrar trabajo para mantener a sus hijos, o por pensar que aún en esas condiciones más valía malo conocido que bueno por conocer? Estábamos, o mejor dicho, estaba comenzando a perder la fe en el ser humano. Por suerte para mi conocía a mujeres luchadoras, que habían sido capaces de enfrentarse a la vida aún llorando a cada paso por lo perdido, echando de menos lo anterior, pero demostrando que siempre se puede salir adelante, que aunque los problemas sean o parezcan enormes, siempre hay que seguir luchando y no mirar atrás nunca ni, como decían por ahí, para coger impulso.
Estaba animada, me apetecía intentar regresar a la normalidad, a la vida rutinaria. Mi madre se sentía un poco triste por quedarse de nuevo sola, por tener que enfrentarse a su vida, a sus pensamientos y a sus sentimientos, pero era necesario dar un portazo y alejarse del pasado, abrir nuevas puertas y alegrarse de estar vivo, de poder estar vivo, de sentir, de sentirse y respirar, respirar profundo.