25.Intentaba sentirme bien.

Intentaba sentirme bien y feliz. Seguía viva, tenía a mi madre, alguna buena amiga y tenía a Sergio. La vida había que vivirla sin más. A veces nos preocupábamos demasiado por cosas que no estaba en nuestra mano solucionar. Eso era una manera de no vivir, de morir poco a poco. Conocía alguna persona, que como yo, se preocupaba por todo, por lo que había ocurrido y por lo que podría, en un futuro,  ocurrir. Personas que vivíamos de una manera un poco gris, sin disfrutar todo lo que se podría disfrutar, dejando que todo lo que era susceptible de pasar, nos amargara la existencia. A medida que el tiempo transcurría iba siendo más y más consciente de que la felicidad se encontraba en los momentos disfrutados en compañía de amigos y familia e incluso en soledad. Había que intentar hacer algo que llenase nuestras vidas, que nos hiciese sentir cómodos en ellas, sentirnos bien como personas. El día a día, ese era realmente el secreto de la felicidad, el secreto de la vida.

Nadie nos había enseñado a relajarnos y menos aún a afrontar situaciones algo complicadas. Ante un problema repentino algunos nos bloqueábamos, no sabíamos muy bien qué hacer, incluso a veces lo magnificábamos hasta el punto de no ver ni pensar en nada más. ¡Hay tantas cosas que deberían cambiarse en la educación de los hijos! Después de pasarse toda la vida en colegios, institutos, facultades…  no sabíamos nada de la vida, o sabíamos muy poco, no sabíamos enfrentarnos a los problemas diarios, a arreglar papeles, a ayudar, a buscar soluciones. El mundo a veces se convertía en una gran bola gris, en un túnel enorme del que no veíamos el final.

Lo iba a intentar. Me había propuesto seguir adelante con mi vida sin darle demasiada importancia a todo lo que me había pasado. Tenía que ser consciente de que todos teníamos problemas, todos, lo que nos diferenciaba, realmente era la manera en la que nos enfrentábamos a ellos. Intentaba, no alejarlos de mi, pero sí apartarlos un poco, mirar hacia adelante, ver la vida de colores, y por momentos lo iba consiguiendo. Sabía que sería un trabajo duro, demasiado tiempo mirando hacia la oscuridad de lo negativo hacía que sintiera miedo a dejarme deslumbrar por la luz de lo positivo.

Mi familia estaba en alerta, demasiada alegría en mí no siempre indicaba que realmente fuera feliz, más bien a veces era una señal de alarma que avisaba que en cualquier momento caería otra vez en el gris, en la tristeza, en la «morriña». Siempre había sido demasiado vulnerable.

Mi vida transcurría con total normalidad, por fin. De casa al trabajo, del trabajo a casa, paseando con Sergio, viviendo con Sergio; abrazada a él me sentía bien, me sentía viva, había sido mi ancla al mundo, había sido mi pilar, mi guardián. Lo amaba. No sabía muy bien por qué pero me sentía feliz, llevaba un par de meses relajada, tranquila, viviendo como en una nube de algodón, sintiendo crecer en mi interior la paz, una luz que lo iluminaba todo. Era feliz, me sentía feliz.

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