30.A medida que las semanas pasaban

A medida que las semanas pasaban mi barriga se iba haciendo más y más grande y mi estado de ánimo más y más variable, unas veces arriba y otras abajo, era como darse un paseo en una montaña rusa, de la euforia a la tristeza en pocos segundos.

-Yo no soy así, en serio, tan variable, tan llorona, pero todo me afecta muchísimo.

Intentaba justificarme con algún amigo.

-No te preocupes, los que ya tenemos hijos sabemos lo que es el embarazo.

-Pero yo no soy así.

La conversación concluía a veces en risitas que conseguían que me fuera a llorar a escondidas para evitar que me vieran. Sergio terminaba consolándome siempre.

-Vamos Talara, son tus amigos, no quieren hacerte sufrir, sólo intentan quitarle hierro al asunto, que comprendas que no eres la única a la que le ocurren esas cosas. Saben que eres una mujer fuerte.

A veces me tranquilizaba saber que no era la única en notar esos enormes cambios de humor. Me preguntaba continuamente cuántas dudas era capaz de generar la cabeza de una mujer embarazada, cuántas preguntas, cuántos miedos. A medida que iba adivinando las respuestas aparecían nuevas incógnitas que no me dejaban descansar en paz.

Pese a todo me encantaba estar embarazada, me sentía bien y feliz, incluso llegaba a pensar que era el estado en el que me había encontrado mejor a lo largo de mi vida. Había tenido la suerte de no tener mareos, ni molestias, me habían aumentado el pecho y la barriga, pero eso no me inquietaba, más bien todo lo contrario, me hacía sentir la mujer más deseable del universo.

Cada vez que Sergio se acercaba a mi y me acariciaba me notaba como si fuera receptora de un inmenso placer, al roce de sus dedos con cualquier parte de mi piel, mi cuerpo respondía dejándose llevar, cerraba los ojos y me entregaba al deleite de sentirlo, me encogía, me plegaba o me estiraba ronroneando como un gato. Pensaba en él continuamente y en sus dedos paseándose por mi piel y sentía un enorme escalofrío que terminaba sacudiéndome de la cabeza a los pies. Mi cuerpo se había convertido en poco tiempo en un templo de placenteras sensaciones, no podía negarme a nada. Buscaba a Sergio en cuanto sentía sus llaves rozando la puerta, por las noches me despertaba empapada en sudor y buscaba el contacto con su piel, me aproximaba a él, lo acariciaba sedienta de su cuerpo en el mío, enloquecía sobre él sintiéndome diosa por unos pequeños instantes. Sentía, lo sentía, sentía tanto que a veces dolía, comenzaba a entender por qué los franceses hablaban de pequeña muerte, eso era, morir en un segundo, sentir que el placer se llevaba un poco de tu vida, te la arrancaba desde dentro, desde el propio nacimiento de la entraña.

Estaba enamorada de la vida, del amor, del placer que los cuerpos podían sentir y podían proporcionar. Estaba enamorada de la luz, del calor, del color, del mar, del cielo azul. Estaba enamorada de Sergio, el padre de mi hijo, de la palabra padre, de la palabra hijo. Estaba enamorada de las nubes, de mi nube, de ese estado de continua embriaguez que a veces sentía.

La vida cambiaba en tan solo un segundo, para bien o para mal la vida era un continuo cambio y yo lo sabía, lo sentía y lo presentía.

Tumbada en el sofá, pensando, sonriendo mientras acariciaba mi barriga, intentando dibujar su cara, imaginarla, lo sentí, por primera vez se comunicaba conmigo desde dentro, mi bebé acababa de hacerse notar. Dí un pequeño respingo. De nuevo las lágrimas como protagonistas. 

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