31.En cuanto entraba por la puerta

En cuanto entraba por la puerta Sergio se acercaba a saludarme al salón donde casi siempre me encontraba tumbada en el sofá, me besaba en los labios y a continuación en la barriga. Dejaba sus cosas, se ponía cómodo y volvía para sentarse a mi lado y acariciarme la panza, no paraba de hablar hasta que sentía al bebé y entonces permanecía en silencio, emocionado, esperando un nuevo contacto, una señal de que allí dentro estaba su hijo, nuestro hijo, nuestro bebé. Pocas veces lo había visto tan atento a un acontecimiento, si volvía a sentirlo su expresión cambiaba y comenzaba a hablarle como si ya estuviera aquí.

-Te va a gustar esto ya verás. Tienes la madre más bonita del mundo y la más cariñosa. Estamos deseando verte, tenerte en brazos, besarte…

A veces si no lo interrumpía podría pasarse horas así.

-Mímame a mi, es una manera de mimarlo a él. Si yo estoy contenta él estará contento.

-Ven, vamos a la habitación, anda.

Me recostaba en la cama y me dejaba mimar. Pieza a pieza me desnudaba despacio mientras sus manos iban haciendo pequeños círculos en mi piel relajando cada zona por la que pasaban, cerraba los ojos y me dejaba llevar hacia sus mundos imaginarios, sus descripciones de otros espacios me iban meciendo en un sueño arrastrándome a mágicos lugares. Cada vez me gustaba más estar con él en la intimidad de sus palabras, sintiendo el roce de sus manos en mi piel, acercaba sus dedos a mis labios y yo los atrapaba con mi lengua jugueteando, entreabriendo los ojos para verlo cerrar los suyos y suspirar, en ese momento sabía que era mío,  entonces recorría su cuerpo con mis labios sintiendo su deseo, lo mordía y lamía con cuidado, intentando controlar su placer. Nos dejábamos mecer por lo que sentíamos, bailando al ritmo de las olas, soñando, reviviendo otros momentos cercanos en el tiempo, quizás ayer, o tal vez mañana, pero sintiendo siempre que sus oleadas de placer me pertenecían.

Nuestros encuentros eran mágicos, me sentía como en nuestros primeros tiempos, así el deseo intenso de mi cuerpo por su cuerpo. Éramos fuego, pasión, éramos vida, amor,  éramos uno.

Sentía, sentía tanto y tan profundo que a veces no entendía y me dolía sentir tanto, pero ¿quién era el dueño del sentimiento? ¿quién podía decidir sobre sentir o dejar de hacerlo? ¿quién mandaba en el amor? o ¿quién decidía a quién amar y en qué intensidad? Sólo sabía que era feliz porque amaba y amaba hacia fuera y hacia adentro.

Mis amigas no paraban de decirme que aprovechara el momento que en poco tiempo dejaríamos de ser dos.

-Se te acabará la paz, la tranquilidad de poder levantarte a la hora que quieras los fines de semana, tendrás siempre sueño y estarás siempre cansada. Créeme, no habrá mucho tiempo para el sexo.

-¿Quién dice sexo? En eso ni pensarán, sólo querrán dormir o estar en silencio, esos serán tus únicos orgasmos.

-¿Orgasmos? ¿Y eso qué es? Ya no recuerdo la última vez que tuve uno.

-¿La última vez que tuviste qué?

Sergio interrumpió nuestra conversación, venía a buscarme y las tres estallamos en una carcajada.

-La última vez que tuve… un abrigo largo.

-No les hagas caso, cosas de mujeres. Hasta mañana chicas.

Salimos del café y desde la calle podíamos oír sus risas.

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