Había varias clases de personas y a veces sentía que de una manera u otra todas estaban dentro de mí. Desde el primer momento de mi embarazo comencé a notar varios cambios importantes, uno de ellos era el de pasar por todos los posibles tipos de humor en un período corto de tiempo: podía amar y de pronto sentir enemistad por la misma persona en décimas de segundo, ser feliz y rápidamente ponerme a llorar sin motivo aparente pero con una gran tristeza que me acongojaba, pasaba de la calma a la más cruda tempestad en menos de lo que duraba un parpadeo. No sabía cómo etiquetarme. ¿Sería bipolar? ¿Cuántas personalidades podían encontrarse dentro de una mujer embarazada? Lo bueno era que más o menos me lo iba tomando con calma. Sabía que estaba bien cuando al llegar a casa Sergio se metía conmigo.
-¿A quién tenemos hoy aquí? Anda ven.
Sus arrumacos siempre me sentaban bien.
-Jo, sólo necesito que me mimes. Las embarazadas necesitamos sentir que nos quieren, sólo eso.
-Ya, sólo eso. ¡Pero qué cuento tienes!
Se acercaba a mí despacio con esa cara de travieso que me encantaba porque me hacía suponer el paso siguiente que iba a dar. Me tomaba entre sus brazos y mientras me abrazaba iba dándome pequeños besos dirigiéndome a la habitación.
-Eres un abusón. Te aprovechas de mi porque estoy embarazada y no puedo defenderme de tus besos.
En unos pasos más estábamos en la cama.
-Shhhhh, que no se entere el bebé.
Sus manos se habían vuelto expertas en adivinar qué necesitaba, sabían cómo relajarme y cómo vencerme, cómo volverme loca y cómo conseguir doblegarme, cómo mimarme y cómo desarmarme. Me había convertido en adicta al placer de sus besos, de sus caricias, de su voz susurrándome al oído, adicta a su amor. Su aliento se había convertido en mi aire, sus caricias en mi alimento. Amaba a Sergio y sentía que mi vida sin él no tendría sentido. ¿Cómo se podía depender hasta tal punto de otra persona? Quizás sólo fuera una sensación pero sólo con pensar que podía faltarme en algún momento me sacudía un enorme escalofrío que me dejaba helada por el resto del día.
-No sé qué me pasa, estoy demasiado inquieta, lloro por todo…
-Es lo normal, ya hemos hablado de eso, a las hormonas les encanta jugar con las embarazadas.
Que fuera lo normal a veces no me tranquilizaba en absoluto, lo bueno era que pronto llegaría a su fin, después me ocurrirían otras cosas pero de ese tren ya me ocuparía cuando llegase. Llevaba unos días en los que notaba que sentía una especial empatía por las otras embarazadas que me encontraba en el camino, eso era normal, pero también la sentía por las personas mayores y por los niños, quizás porque los veía, al igual que me veía a mí, más vulnerables, cualquiera podía hacernos daño, yo al igual que ellos no podía echar a correr, a veces no podía ni caminar muy rápido, dependía de la postura que tuviera mi «inquilino» y de qué órgano me estuviese aplastando y qué decir de defenderme, no creo que pudiese alzar mi pierna hasta llegar a esa parte de la anatomía humana que tanto duele cuando le das una patada. No sabía por qué me paraba a pensar en estas cosas que antes ni siquiera consideraba.
Había ido al ginecólogo y había salido feliz, ya sabía qué sexo tenía mi bebé. Cuando Sergio llegó a casa lo abracé, le puse la mano en mi barriga.
-Cariño ¿Quieres saber si es niño o niña?
-¿Cómo? ¿Os ha dejado verlo? ¿Justo hoy que no te he podido acompañar? Vamos dímelo.
-Te estaba esperando para decírtelo, sólo lo sabemos el ginecólogo y yo.
-¿Es un Sergio o una Talara?