34.¡Es un Sergio!

-¡Es un Sergio!

-¿En serio? ¿Es un Sergio? ¿No es una Talara?

Asentía y volvía a asentir con la cabeza para después negar como respuesta a sus preguntas.

-No sé por qué siempre pensé que era una niña, quizás en mi subconsciente tuviera ganas de que fuera como tú.

-Es un niño, se parecerá a su padre y yo estaré encantada de acompañarlo en su camino y enseñarle la vida y lo bonito que es vivir.

-¿Y ya has pensado en cómo lo llamaremos?

-¡Sergio!

-Dime

-Que se llamará Sergio, como tú.

-¿En serio? ¿Como yo?

Con todo lo que ya pesaba me abrazó y me levantó por el aire como si fuese una pluma.

-¡Bájame! ¡Sergio que me aplastas!

-Perdón. Es que no sabía que te gustaba tanto mi nombre.

-Me gustas tú y me gusta tu nombre. Tendré dos guardianes a partir de ahora.

-¡Serás una madre estupenda!

Qué fácil era, a veces, hacer feliz a un hombre. Casi todos los que había conocido a lo largo de mi vida hubiesen vivido mucho más felices si sus hijos mayores se llamasen como ellos, era un orgullo y una satisfacción personal, como si alguien les estuviese asegurando que así no se iban a morir nunca, que vivirían eternamente. Aunque a mi también me gustaría que, en caso de tener una niña, se llamase como yo, más por el hecho de pensar que mi nombre era tan extraño que era difícil que alguien lo utilizara para nombrar a una de sus hijas si no yo misma. Pero también entendía que tener a dos personas con el mismo nombre en la misma casa podría ser un poco… bueno, quizás un poco simpático. La moda de llamar a los hijos como los padres había terminado hacía años, pero yo respetaba a Sergio, y sabía que para él el nombre era importante.

Me gustaba que fuera un niño, también me hubiese gustado que fuera una niña, realmente no me importaba si era niño o niña, me importaba que naciera sano y que fuera feliz. Algo que por ser tan evidente olvidábamos muchas veces preocupándonos por cosas absurdas como planear su futuro. Había escuchado a muchas madres hablar de sus hijos como si fuesen libros de instrucciones escritos ya por sus padres a los que podías programar, vidas sin sentido y sin sentimientos. ¿Por qué se empeñaban en tener los mejores hijos del mundo, los más listos, los que iban a tener más dinero y a conseguir grandes cosas? ¿Cuáles eran esas grandes cosas o esas grandes hazañas? Aunque el problema realmente no era tener el mejor hijo del mundo sino lo que venía detrás: «más listo que el tuyo», «más guapo que el tuyo», «más inteligente que el tuyo» ¡Qué poco valor se le daba a la salud, a la tranquilidad y a la felicidad! ¡La tranquilidad era la paz y la quietud del alma! ¡Podíamos ser felices con tan poco! La naturaleza nos brindaba lo mejor que podíamos desear y tener y todo la vida preocupándonos por tener más que…, ser mejores que… eso podía convertirse en un sinvivir, en una agonía continua. Todo aquel que intentaba ser «más…que» acababa siendo tan solo una imitación triste del otro. cada uno de nosotros teníamos que vivir lo mejor que pudiésemos e intentar conseguir nuestros sueños, no los sueños de los otros.

Era feliz, aquí y ahora porque iba a tener un hijo, porque ese hijo era fruto del amor entre Sergio y yo, porque ya los amaba a los dos por formar parte de mi vida y hacerme tan feliz.

En esas estaba cuando sonó el teléfono.

-¿Diga?

-¿Talara?

-Sí, ¿Quién es?

-¡Emily!

-¡Dios mío Emily! ¡Qué alegría! ¡Cuánto tiempo sin saber de ti! ¿Cómo estás?

-Bien, estoy bien. Tengo que darte una maravillosa noticia: ¡Estoy embarazada!

-¿En serio? ¿Estás… estás…? ¡ Yo también!

-¡Enhorabuena, Talara! También quería decirte que voy a pasar por España con mi pareja y quería verte. Iremos en unas semanas, antes de que deje de poder viajar.

Nos pusimos a hablar durante no sé cuanto tiempo. Fue emocionante volver a escuchar su voz y saber que pronto volvería a estar a su lado aunque sólo fuera por unos días.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.