35. El saber que de nuevo vería a Emily…

El saber que de nuevo vería a Emily hizo que me ilusionara, más si cabe de lo que ya estaba, por el hecho de saber que también esperaba un bebé. Íbamos a tener hijos de la misma edad, aunque posiblemente nunca podrían jugar juntos, eso me apenó, pero no era el momento de ponerme triste, tenía que preparar la llegada de Emily. Nuestra casa era pequeña, pero mi madre se ofreció a que utilizáramos la casa familiar, estaríamos mucho más cómodos todos y ella podría ocuparse un poco de nosotras y vernos más. Así que tanto a Emily como a mi nos pareció una idea fantástica. ¡Dejarnos querer por mi madre! ¡Qué locura!

Contaba los días que faltaban para poderme reunir con ella. Hacía planes con Sergio para llevarla a ver sitios, lugares mágicos de esos que se encuentran a lo largo y ancho de España. Como estábamos en Galicia la llevaría a ver parte de nuestros paraísos. Ya quedaba poco. Mi madre también estaba muy emocionada, quería a Emily como a otra hija, siempre le había transmitido muy buenas vibraciones, y otra cosa no, pero el sentido que tienen las madres para saber si alguien va a hacerle daño a sus hijos nunca, o casi nunca, falla. Aún era un misterio para mí, pero esperaba llegar también a desarrollarlo.

Mientras estaba ilusionada viendo pasar los días, yendo de aquí para allá con mi madre unas veces y con Sergio otras, nos encontramos con señoras encantadas de verme embarazadísima, tan contentas que todas, no sé por qué razón, tenían una historia negra sobre un familiar o sobre ellas mismas a la hora de traer hijos al mundo que no podían evitar contarme, por aquello de que no olvidase que todo se puede torcer en cualquier momento. Con lo pesimista que era yo para algunas cosas, no necesitaba que nadie me recordase tragedias, que ya de eso se encargaba mi magnífico cerebro una y otra vez.

¿Habría un imán que atrajese hacia las personas que vivían momentos de felicidad, a la gente que sólo sabía contar tragedias? Mi madre siempre intentaba frenar ese tipo de conversaciones. Todos somos conscientes, en mayor o menor medida, de que las cosas pueden salir mal, o no salir como deseábamos, pero no soportaba tener a personas que sólo sabían contarte lo malo y nunca se arriesgaban a contar lo bueno, quizás por miedo a atraerlo.

-No pienses en eso, Talara, lo que haya de pasar, pasará, pero no te preocupes por cosas que le han sucedido a otros. ¿Sabes la cantidad de partos que salen bien? La inmensa mayoría, pero eso a estas señoras no les interesa contártelo. Son unas amargadas que sufren con la felicidad ajena.

-No te preocupes, mamá. Sólo espero que todo salga bien.

-Saldrá bien, ya verás. Ahora preocúpate de Emily y de lo bonito que será ese reencuentro. ¡Las dos embarazadas! ¡No puedo creerlo! ¡Me hace tan feliz!

Como Sergio no había podido venir conmigo a la revisión ginecológica, le pedí a mi madre que por esta vez lo sustituyera. Cuando me hicieron la ecografía mi madre se emocionó.

-¡Qué suerte tenéis ahora! ¡Yo nunca pude verte así! ¡Es increíble! ¡Mi nietiño!

El médico se dejó vencer por los sentimientos de mi madre y al salir nos dio una «foto» de la ecografía del bebé a cada una.

-¡Gracias doctor! ¡La primera foto de mi nieto! Al llegar a casa la pondré en el álbum.

Y así mi madre se sintió la mujer más feliz del mundo.

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