44.La tensión interior iba en aumento

La tensión interior iba en aumento, miraba una y otra vez mi teléfono en el suelo sabiendo que con el tamaño de mi barriga sería imposible acceder a él y regresaba la vista al espejo retrovisor. Se me ocurría que podía intentar algo:

-¡Oye Siri!

Esperé a ver si tenía respuesta.

-¡Oye Siri! ¡Mierda! ¿Por qué no le hice caso a Sergio, por qué no preparé el teléfono para poder enviar un mensaje a Siri estando apagado? Dios mío, estoy hablando sola.

Me estaba poniendo demasiado nerviosa, a penas podía ver al coche de atrás de lo pegado a mí que se había puesto. ¿Cómo era posible que volvieran a pasarme estas cosas? Hice un esfuerzo y de nuevo miré por el espejo retrovisor, esperando poder ver la cara del conductor. ¡No podía ser! Moví un poco el espejo para cerciorarme de que estaba mirando bien y que no eran alucinaciones o imaginaciones mías, de nuevo miré y en efecto, era Javier, no paraba de hacerme aspavientos con las manos señalándome el arcén. Estaba clara su intención, quería hacerme parar y seguro acabar conmigo, así que no le hice caso y seguí a más velocidad de la permitida, muriéndome de miedo, por unos breves instantes me había olvidado del bebé que albergaba en mi interior, hasta que mi corazón empezó a latir tan rápido que el bebé comenzó a moverse llegando a hacerme daño. ¿Era posible que estuviera sintiendo toda mi ira? posiblemente sí, saqué una de mis manos del volante y comencé a acariciarme la barriga, intentando calmarlo y calmarme, pero era imposible, el bebé seguía moviéndose en mi interior, me estaba haciendo cada vez más daño y presentía que si seguía moviéndose así el cinturón de seguridad podría acabar con él. Puse el intermitente y me metí hacia el arcén, olvidándome del coche que me seguía, miré por el espejo y vi que hacía la misma maniobra que yo, estaba perdida, pero en aquel momento pesó más sobre mí la vida del bebé que la mía propia sin darme cuenta que las dos iban, de momento, unidas. Bajé del coche al tiempo que Javier, lo miré con odio y lo vi acercarse a mí corriendo.

-¡Vete! ¡Déjame en paz! ¿No ves que estoy embarazada?

Se acercó a mí y me agarró por un brazo.

-¡Suéltame!

Tiró de mí hasta conseguir llevarme entre árboles.

-Shhhhhh. Talara, por Dios, tranquilízate, no voy a hacerte daño, por favor, shhhhhh, cállate, me están siguiendo y quieren matarme.

Me deshice de sus brazos.

-¡Cómo puedes tener tanta cara! No puedes hacerte una idea de todo lo que hemos sufrido por tu culpas, ¡te odio!, ¿lo entiendes? ¡te odio!

Al tiempo que gritaba esas palabras el dolor de mi barriga se hizo insoportable, el bebé se estaba girando, se daba la vuelta, se estaba desencajando, Dios mío, ¿qué iba a pasar ahora? Estaba pendiente de los movimientos que sufría mi barriga, pero también me había dado cuenta de que otro coche estaba entrando en el mismo lugar en el que nosotros habíamos aparcado.

-¿Qué está pasando, Javier?

-Por el amor de Dios, necesito que guardes silencio. Vienen a por mí, vienen a matarme.

-Por favor, Javier. Necesito ir al hospital, algo le está pasando a mi bebé. Dios mío, ¡estoy rompiendo aguas!

Un líquido templado recorría mis piernas haciéndome sentir estúpida, iba a ponerme de parto en medio de la nada y por compañía tendría a la persona a la que más rencor le guardaba. Javier me tapó la boca con sus manos apretándome contra uno de los árboles, intenté morderle pero era imposible, tenía demasiada fuerza y yo me estaba sintiendo demasiado floja, se me comenzaban a doblar las piernas, quizás por el miedo, quizás por el dolor, o quizás por los nervios. Escuché una sirena de un coche de policía y a los pocos segundos un derrape de un coche, el coche que seguía a Javier salía huyendo. Escuché mi nombre, era Sergio quien me llamaba. Como en una ensoñación grité:

-Sergio, ¡gracias a Dios!

Sentí como las fuerzas se me iban y cómo me escurría del abrazo de Javier.

-Talara, por favor…

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