24.Mi jefe no me puso ningún impedimento

Mi jefe no me puso ningún impedimento, más bien todo lo contrario, podía tomarme el tiempo que quisiese para volver con las pilas cargadas. Escuchando su conversación conmigo se podía pensar que estaba encantado con el hecho de que desapareciera de la empresa una temporadita, casi daba saltitos de alegría. ¿Tan mala compañera era? ¿Tan mal hacía mi trabajo? ¿Tan fácil era sustituirme? Lo único que esperaba era que a mi regreso todo siguiese igual, no encontrarme una carta de despido por incumplimiento de contrato, o alguna de esas nuevas razones que el gobierno facilitaba a los empresarios para despedir en paz y sin remordimientos a los trabajadores.

Salí temprano hacia la estación, sin despedirme de nadie, necesitaba tranquilidad, reflexionar sobre todo lo que me estaba ocurriendo, necesitaba hacerlo sola, alejada de todo lo que podía influenciarme a la hora de ver el problema. Mi vida se estaba desmoronando en muy poco tiempo y no sabía ni entendía por qué.

Cuando llegó el tren me acomodé en un vagón que iba prácticamente vacío, sólo otra persona y yo. Necesitaba silencio, necesitaba pensar. Siempre me habían gustado los trenes, viajar en ellos. El tiempo se detenía, la vida cobraba sentido de nuevo, no importaba la dirección que tomara, ni lo feliz o desdichada que me sintiera, el tren siempre me acogía y me devolvía lo mejor que había en mi. Me sentía libre al ver el paisaje pasando ante mis ojos. Su traqueteo me  transportaba a mundos pasados, a sensaciones olvidadas, a otras vidas. Me envolvía en su historia, y yo me dejaba envolver. Me liberaba de mis tensiones, de mis angustias y desasosiegos, me mecía en la esperanza de nuevas experiencias, me fundía en él, éramos uno cruzando el mundo.

En una parada, tras una hora larga de camino, entraron una señora con su hijo, curiosamente, todo el vagón libre y se sentaron justo a mi lado:

-¿Le importaría sacar su bolso del asiento para sentar al niño?

La miré, miré al niño y saqué mi bolso del asiento. Se sentaron e intentó darme conversación, al ver que yo no soltaba prenda decidió, por fin, mantenerse en silencio.

Siempre me había parecido curioso ver cómo la gente buscaba a la gente. Una playa desierta, yo con mi toalla y siempre venía alguien a estirar la suya al lado de la mía, llenarme de arena y poner la música a todo volumen, como si no hubiese más arena en la playa que la que me rodeaba. Sala de espera vacía, yo sentada con un libro entre mis manos y aparecer de pronto acompañada por dos desconocidos que se pegaban a mi como si no hubiera más espacio disponible. Un poco de aire, por favor. No te conozco, no me conoces, pues déjame respirar, estamos en un hospital no en una discoteca. Entendía que era cierto eso de que el hombre buscaba siempre compañía. Los que como yo, adorábamos y perseguíamos la soledad, nunca salíamos bien parados en estas experiencias.

Dos, tres paradas más y de nuevo me quedé sola en el vagón. La mente en blanco, mirando al infinito, más allá del horizonte, pensamientos que van y vienen como los árboles del paisaje. Sólo deseaba llegar, abrazar a mi madre y dejarme llevar en un baño caliente de espuma, sintiéndome de nuevo en mi hogar.

Un comentario sobre “24.Mi jefe no me puso ningún impedimento

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.