47.Lo único que realmente me había importado en esos días

Lo único que me había importado realmente en esos días había sido el ver bien a mi bebé y que todo transcurriese con normalidad en el hospital, no quería que nadie nombrara a Javier. Esperaba que en cualquier momento entrase Sergio por la puerta para venir a buscarnos. Arreglaba mis cosas y las del bebé.

-Si necesitas algo no dudes en llamar. Ya verás como no vas a tener ningún problema y lo criarás fenomenal. No te preocupes por nada, quizás te sientas un poco triste al principio, son las hormonas, ya sabes que siempre que cambian ellas nos cambian a nosotras, son unas jodidas.

Abracé a la enfermera que más me había ayudado en esos días, la que  había estado más pendiente de nosotros.

-Muchísimas gracias por todo, me has ayudado muchísimo, bueno todas me han ayudado muchísimo pero tú… te agradezco tanto tu cariño. Lo necesitaba, y mucho. Adiós, volveré a hacerte una visita cuando tenga que traer a Sergio a revisión.

Ella también me abrazó.

-No te olvides, estaré esperándoos. Pórtate bien con mami, Sergio, que te ha puesto un nombre bien bonito.

Me alejé de allí lanzando besos. Una vez en el coche Sergio intentó sacar el tema de lo que había ocurrido antes de nacer el niño.

-No, Sergio, todavía no, no puedo y no quiero, no estoy con fuerzas. No me interesa nada más que ir a casa y comenzar de nuevo la vida con nuestro bebé.

-Está bien, intentaré que nadie te moleste en unos días, pero tarde o temprano tendremos que hablar de todo, vas a tener que declarar.

-Déjalo ya, Sergio, te quiero y necesito estar tranquila contigo y con el bebé, dame unos días, por favor no me hables de eso en unos días y en cuanto pueda te contaré todo lo que sé.

A penas llevábamos unas horas en casa, sonó el teléfono, salí corriendo a por él no fuera a despertar al pequeño nuevo inquilino.

-¿Sí?

-Talara ¿Eres tú?

-Sí, soy yo.

-¡Soy Emily! ¿Cómo estás? ¿Qué tal ha ido todo?

Nada más escuchar la primera pregunta las lágrimas comenzaron a escaparse de mis ojos como si les hubiese prohibido antes salir y ahora se lo permitiese.

-Emily, ¡qué alegría me da oírte!

-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

Se hizo un largo silencio, o eso me pareció, pues mis suspiros y mis hipos no me permitían a penas escuchar nada.

-Tranquila. Te quiero, Talara. Respira despacio cálmate un poco, anda, venga, en unas semanas mi bebé estará también aquí.

Intenté tranquilizarme pero no era capaz, respiraba despacio y eso comenzó a tranquilizarme, o por lo menos a que mis lágrimas dejasen de fluir tan alegremente.

-No sé qué me pasa. Cada vez que alguien me llama, bueno, cada vez que alguien me pregunta cómo estoy no puedo evitar comenzar a llorar.

-Talara, son las hormonas, no nos dejan ni un respiro.

-No sé lo que es pero me agota.

-Es normal, piensa que son grandes cambios en poco tiempo, no todo el mundo reacciona de la misma manera, pero no debes agobiarte.

-Lo sé, pero no puedo evitarlo.

Hablamos largamente de lo que había ocurrido y de cómo había transcurrido el parto, Emily estaba muy interesada en saber todos los detalles.

-Bueno, tengo que dejarte ya que mi niño me está reclamando.

-No te preocupes, aquí es muy tarde ya y yo también debería descansar.

-Aprovecha ahora que luego será más complicado. Te quiero, Emily, gracias por llamar.

-No seas tonta. Yo también te quiero a ti. Un abrazo.

Colgué el teléfono moqueando aún. Esos primeros días de contacto con el bebé resultaron ser más duros de lo que había pensado. Sergio trabajaba todo el día y yo sola en casa, todo el día también,  cambiando pañales continuamente y con la idea de no ser otra cosa más que alimento de bebé, con el pequeño Sergio colgado a mi pecho a todas horas, sin poder hacer otra cosa más que mirar para él, el día con todas y cada una de sus horas no eran suficientes para hacer todo lo que se esperaba que hiciera. Había días que daban las dos de la tarde y seguía en pijama sin haber podido ducharme, sin haber podido hacer la comida. ¿Qué me estaba pasando? ¿Me había convertido en una inútil? Dormía fatal y muy poco obsesionada por la seguridad del bebé, por saber que seguía bien, que no le había pasado nada. Cada vez que se movía yo me despertaba, estaba claro que su nacimiento había agudizado mis sentidos. Mis ojeras se hacían enormes y la irritabilidad comenzaba a hacer huella en mí, lloraba por todo, la paciencia se me agotaba en seguida y cualquier cosa que me dijeran la tomaba como una ofensa.

Ese día Sergio llegó a casa pronto, hizo la comida para los dos, al terminar de comer se acercó a mí, me acarició el pelo, tomó a Sergio en sus brazos y  me besó en los labios.

-Ve a descansar, cariño. Hoy puedo quedarme con él, además tenemos que hablar.

Esas eran las palabras que menos me gustaba escuchar, pero tan cansada estaba que lo besé y me dirigí  a nuestra habitación.

-Sí, tenemos que hablar.

 

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