48.La siesta me había sentado genial

La siesta me había sentado genial. No era consciente de cuantas horas había pasado durmiendo pero sí sabía que me había quedado relajada por fin. Llegué al salón y vi que estaba mi madre.

-¿Por qué no me despertasteis antes?

Al escuchar mi voz mi madre se volvió hacia mí y pude comprobar que estaba llorando, intentó disimularlo, pero ya era tarde para eso.

-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

Sergio comenzó a hablar.

-Siéntate cariño. Tengo que decirte algo.

Me acerqué en silencio a mi madre, la besé en la frente, tomé su mano entre las mías y me senté a su lado.

-Te escucho.

-Bien, el día que te pusiste de parto aparecí en un momento crítico, ¿recuerdas?

-Sí, ¿cómo olvidarlo?

-Bien, cuando yo llegué estabas con Javier y te desmayaste.

-Sí, también lo recuerdo.

Mi madre intentaba aguantar un dolor que se le iba escapando poco a poco en forma de fino aullido y que me hizo estremecer.

-Te desmayaste en sus brazos, estábamos tan pendientes de ti, que aunque le puse a una persona para vigilarlo hasta que se aclarasen las cosas consiguió huir.

-¡Genial! ¡Vaya noticia! Vendrá de nuevo a por mí. Lo que no entiendo es por qué estaba libre y por qué nadie me lo contó.

-Le habían reducido la pena por buena conducta, por falta de antecedentes y por ayudarnos a entender el caso. Realmente no era culpable.

-¿No «era» culpable?

Mi madre soltó un grito desgarrador.

-Apareció muerto esta mañana, en la orilla de la playa, le han propinado una buena paliza y lo remataron con un tiro.

Tuve que sentarme, no daba credito a lo que estaba escuchando.

-¿Qué dices, Sergio?

-Lo han asesinado, Talara, estaba ayudando a la policía a encontrar al verdadero culpable de lo que te pasó, él sabía muchas cosas, tenía demasiada información.

-¿Sabéis quién lo hizo? ¿Y si vienen a por mí? ¿Y si le hacen algo al bebé?

-Seguimos una pista, no puedo contarte nada más. Pronto se solucionará todo.

-Tengo miedo, Sergio.

-Estaremos vigilando las 24 horas del día, tranquila cariño.

-Mamá te quedarás con nosotros hasta que pase todo.

Mi madre asentía mientras las lágrimas no paraban de resbalar por sus mejillas, su mano entre las mías, apoyada su cabeza en mi hombro. Después de un largo silencio, tomó aliento.

-¿Cómo han podido…? ¿Quién ha podido…? Es todo tan cruel… Sólo Dios sabe lo que habrá sufrido.

Esperó un rato antes de continuar.

-He de deciros algo.

Sergio y yo la mirábamos sorprendidos.

– Hace un par de semanas recibí una carta, no tenía remitente, pero la letra era conocida por mí así que la abrí temblando, miré la firma y era, efectivamente, de Javier. Dudé, por un momento, si debía romperla o leerla, opté por la segunda opción, decidí darle otra oportunidad, a veces, aunque todas las pistas señalen en la misma dirección no tienen por qué estar apuntando al mismo sitio. Se disculpaba, me pedía perdón por no haber sabido protegerte, pero me decía que no había tenido nada que ver con tu intento de asesinato, que podía estar tranquila, que no me había traicionado.

Sergio miraba perplejo a mi madre.

– ¿Aún conservas la carta?

Mi madre afirmó, distraída, con la cabeza.

-¿Puedo verla?

Sin decir palabra salió de la habitación, apareció de nuevo con el bolso en la mano, removiendo en su interior.

 

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