29.Cada vez que me despedía de mi madre…

Cada vez que me despedía de mi madre sentía perder un trozo de mi vida. Mi madre era mi ancla, me recordaba de dónde venía, quién era, me recordaba mis sueños, mis anhelos, me recordaba mi pasado y enfocaba mi futuro. Vino a despedirme a la estación, y las dos lloramos como niñas.

-No tardes tanto en regresar.

Esta vez busqué un vagón con gente, necesitaba calor humano. El traqueteo del tren hizo que me durmiese enseguida.

Martina esperaba en mi portal.

-Llevo todo el día esperándote, no sabía a qué hora llegarías. No me dijiste nada. Tu madre me llamó y he venido con unas cosas para que puedas comer algo. ¿Cómo estás?

La abracé como se abrazan los amigos, pero no sentí su calor. Subimos juntas las escaleras. Al abrir la puerta de mi apartamento regresaron las inquietudes a mi alma. No había querido contarle muchos detalles a mi madre para evitar que se preocupase por mi, ella no podía hacer nada, y posiblemente se pondría del lado de Alfonso, le gustaba que estuviese con él, y sabía que pensaba que mi cerebro me jugaba a veces malas pasadas. Después del fallecimiento de mi padre no era capaz de dormir, tenía pesadillas, el insomnio era permanente, con lo que ello significaba. A veces veía chiribitas, o perdía visión periférica. Si me quedaba dormida no sabía distinguir entre lo que había vivido y lo que había sido un sueño. Había estado confusa una larga temporada, pero había logrado superarlo tras pasar por un psicólogo y unos meses de ansiolíticos suaves. Yo sabía que no había vuelto a las andadas, pero después de hablar con Alfonso y ver que mi madre creía más su versión que la mía, no sabía qué pensar. ¿Habría sido todo un sueño? Veía tan lejana la conversación telefónica con Alfonso en la que me había contado que no podíamos hablar en un tiempo porque los tenían vigilados, que podría perfectamente haberla soñado. Lo que nos había ocurrido en año nuevo también lo veía como un sueño, mis últimos años me parecían irreales, al igual que mi relación con él. Lo único que sentía como real en mi vida era Sergio, había pasado a formar parte de mi existencia de una manera que casi me daba miedo reconocer, apenas sabía nada de él, pero para mí era paz, ilusión, fuerza, era fe, creer de nuevo en el hombre, era esperanza. Tenía que ir a verlo, necesitaba mi paseo por la playa.

Terminé por pedirle a Martina que me dejara sola, estaba cansada y necesitaba relajarme. No me estaba sirviendo de ayuda, no sé qué le ocurría pero no me sentía cómoda con ella en estos momentos. Se resistió un poco, pero al final accedió a irse, me dio un beso en la mejilla y sentí frío.

-¡Cuídate, vale! Hablamos mañana.

En cuanto se fue, cogí mi coche y tomé dirección a la playa. Caminé durante más de una hora, Sergio no apareció. Lo busqué en un bar cercano, no estaba. Pregunté por él al camarero y no lo conocía, era como si hubiese desaparecido o como si nunca hubiese existido. Hice de nuevo el camino, me senté un rato en una roca, no dio señales de vida. Regresé a mi casa triste, muy triste, y hecha un lío. ¿Y si  realmente mi mente se hubiese inventado todo? Volvería mañana a ver si tenía más suerte y lo encontraba. Ahora tenía que descansar, el nuevo día iba a ser muy largo, comenzaba a trabajar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.