«No te pares, nunca te pares. Pararse es ir muriendo poco a poco. Avanza con el tiempo, con la edad. Que caminen a tu lado pero que no te detengan. No te impongas límites estúpidos y ridículos pensando en los demás. Pídete un poco más cada día. Avanza, avanza, avanza. Tú puedes, no lo olvides…No hay límites… El único límite es tu mente. No te pares, avanza. Los límites los pones tú. Que no te detengan, avanza, no pares. Paso a paso. Pararse es ir muriendo poco a poco. No te pares, nunca te pares…»
Me desperté sobresaltada y empapada en sudor, estaba teniendo un sueño extraño en el que mi padre se acercaba a hablarme, con prisas, con insistencia. Sus palabras retumbaban en mi cabeza. Era cierto que después de su fallecimiento me había quedado parada una larga temporada, iba a trabajar, a veces salía con amigos, pero nada más, mi mente se había quedado paralizada, estancada, totalmente estática, sólo las cuestiones laborales la ventilaban. No era capaz de pensar en nada ni de plantearme nada nuevo, no tenía ánimo. El vacío era tan grande que me absorbía, me succionaba, me atrapaba y me inmovilizaba. No era capaz de reaccionar. Con el tiempo, poco a poco entendí que aunque yo permaneciese estática el tiempo pasaba, y pasaba por encima de mí, de mi cuerpo y de mi alma, sin tregua, sin benevolencia, sin clemencia, mi vida seguía pasando y ese tiempo que todos necesitábamos para el duelo, en mi se había hecho interminable. Poco a poco fui desperezándome, actuando, moviéndome, y conocí a Sergio, entonces me di cuenta de lo importante que era vivir, disfrutar los días y las noches, soñar, creer de nuevo en las personas, moverse, caminar.
Volví a la playa, necesitaba encontrarlo, necesitaba hablar con él, necesitaba abrazarlo, me daba cuenta de que me había enamorado, después de tanto tiempo empujada por las circunstancias, por fin algo que me hacía vibrar, algo que me hacía sentir de nuevo una niña, una adolescente, el suelo desaparecía bajo mis pies, flotaba, esta vez lo hacía de verdad y caía al vacío sin red, porque mi red era él. Creía que había estado enamorada de Alfonso, pero en realidad no había sentido lo mismo, Alfonso me doblegaba, siempre me llevaba a su terreno, con él no era yo, era su continuación, era un miembro más de su cuerpo movido por él. Había tardado mucho en entenderlo, pero por fin me daba cuenta, con él había llegado a perder mi esencia, lo que yo era en realidad, las cosas que me gustaban, las que sentía, las que removían mi interior, las había ido perdiendo poco a poco, sin enterarme, dejándome llevar.