Entre las las diez y media y las doce de la noche llegaría Alfonso a casa. Había comprado algo para que cenase por si acaso no lo había hecho ya, también una botella de vino, más para mi que para él, necesitaba estar relajada y sabía que una copita de Rioja me vendría bien, tal vez así conseguiría decirle lo que tenía que decir sin miedo.
Aún faltaban un par de horas para que llegase. Me había llamado desde el aeropuerto de Londres y se le veía totalmente relajado.
El sonido del timbre me hizo dar un respingo, parte del contenido de mi copa se derramó sobre la alfombra del salón. ¡Mierda! No podía ser Alfonso, era demasiado pronto. De nuevo volvió a sonar.
-¡Ya voy!
Miré por la mirilla antes de abrir, era Martina. Abrí la puerta sorprendida.
-Hola, pasa. ¿Qué haces aquí?
-Viene Alfonso en un rato, ¿no? Quería saber si te encontrabas bien.
Mientras pasaba y hablaba limpié con unas servilletas la alfombra, la mancha permanecería en ella como esa cicatriz que te recuerda cada vez que la miras, que algo malo ha sucedido.
-¿Quieres una copa?
-Si, gracias.
Le serví el vino y nos sentamos. Parecíamos desconocidas en la sala de espera de un hospital.
-¿Cómo te encuentras? ¿Qué tal estás? Desde que regresaste de casa de tu madre no eres la misma, te encuentro rara, no sé…
-Estoy bien, cansada, pero bien. Esperando, algo nerviosa porque no me apetece enfrentarme a él. Ya no estábamos juntos, ¿por qué regresa a mi casa?
-No retrocedas, Talara. -Mi nombre sonó hueco en su voz- Ya estabas bien, tienes que dormir más, relajarte. Nunca lo dejasteis, con lo que os queréis, parece mentira que hables así. Ya verás como te tranquiliza tenerlo aquí de nuevo.
Todas las alarmas comenzaron a sonar en mi cerebro. ¿Y si tenían algo entre ellos? A estas alturas apenas me importaba, habría sido un gran engaño, pero casi lo prefería así. Que se fueran juntos y poder descansar. ¿Por qué ese empeño de los dos en hacerme creer que estaba mal, que había vuelto a soñar despierta? Mi baza era Sergio, pero no aparecía, y estaba consiguiendo que me hiciesen dudar. ¡Qué delicados y frágiles podíamos ser a veces! y qué fácil resultaba para algunos aprovecharse de esa vulnerabilidad.
Era consciente de que no podía fiarme ni de Alfonso ni de Martina en este momento, pero ¿por qué?, ¿por qué estaban juntos en esto?, ¿qué querían de mi?
-Fíjate, sus libros están aquí, sus discos, sus fotos.
Eché un vistazo a mi apartamento y de pronto noté que era cierto, que sus libros estaban de nuevo al lado de mis libros, y sus discos al lado de mis discos, como hacía meses. Antes de irse a Japón se lo había llevado todo a casa de sus padres, y ahora los veía de nuevo ocupando un sitio en las estanterías.
Me levanté, abrí la puerta de la calle:
-Sal de mi casa ahora mismo
Martina se quedó sorprendida mirándome.
-Talara, por favor, ¿qué pasa?
Yo seguía impasible aferrada a la puerta esperando que se fuera. De nuevo me miró interrogándome con su mirada, cogió sus cosas y se fue.
-Te llamaré mañana.