33.¿Desde cuándo estaban ahí sus cosas?

¿Desde cuándo estaban ahí sus cosas? ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba pasando? ¿Alguien había vuelto a entrar en mi casa? No podía entender nada. Se había llevado todas sus pertenencias antes de irse a Japón. ¿Quién las había vuelto a poner en las estanterías? Me acerqué temblando, eran sus cosas, eran sus libros, tomé uno en mis manos, lo abrí y leí la dedicatoria, se lo había regalado yo al principio de conocernos. Lo coloqué en su sitio, miré perpleja los discos, todo ocupaba el mismo lugar que había ocupado hacía unos meses, todo estaba de nuevo ahí. ¿Cómo había ocurrido? ¿Cuándo había sucedido? ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Me dirigí al cuarto de baño que habíamos compartido durante tanto tiempo, abrí el armarito donde él había tenido sus cosas. Una arcada me subió desde el estómago, todo estaba ahí. Esto comenzaba a ser surrealista. Cuando regresé de estar en casa de mi madre no había notado nada en la cerradura, es decir que no había sido forzada por nadie, y nadie tenía mis llaves, sólo mi madre. Alfonso me había devuelto las suyas, fui a buscarlas a mi mesilla de noche y allí estaban. ¿Y si antes de devolvérmelas hubiese hecho una copia? Pero… ¿Cuál podía ser la razón para engañarme así? ¿Qué pretendía con esto? ¿Quedarse de nuevo conmigo? ¿Volverme loca? Comencé a caminar de un lado a otro de la casa, sin rumbo, como una desequilibrada, de la habitación a la cocina, de la cocina al salón, del salón al baño, del baño a la habitación, de la habitación a la cocina, de la cocina al salón, del salón al baño, del baño a la habitación. Todo comenzó a dar vueltas en mi cabeza, intenté parar, intenté detenerme, intenté agarrarme a algo para no caer, el suelo desapareció, escuché un grito, mi grito, y caí al abismo, pegando manotazos al aire intentando frenar la caída, pero seguía cayendo, nada a mis pies, nada a mi alrededor, nada ni nadie cerca, sólo la nada y yo, caía y caía y no había un fin. Comencé a escuchar voces, pero venían de tan lejos que no entendía lo que me decían, y seguía cayendo y no podía respirar y dejé de gritar, y de pronto se hizo el silencio.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.