Tercer episodio, 11 febrero 2021, ¿Con qué sueño?
(Parece imposible a veces, conciliar el sueño, por eso es importante buscar lo que puede tranquilizarnos para intentar soñar y recordar, sigue Arropando estrellas de la mano de Bosquina Monzón)
Varias pueden ser las razones por las que a veces nos resulta casi imposible conciliar el sueño, lo peor es que casi siempre esas razones se aferran a nuestra mente invadiéndolo todo, complicando la tarea de descansar.
Te voy a proponer algo, ponte cómodo, respira profundamente sintiendo cómo ese aire llega a tus pulmones, acompáñalo mentalmente en su recorrido y después, suéltalo lentamente, repítelo varias veces y mientras, deja que te atrape con mi voz.
Seas bienvenido a Arropando estrellas, un podcast de Bosquina Monzón.
Cuando el sueño me abandona suelo buscar lo que sé que me puede tranquilizar, lo primero que hago es hacerme una manzanilla, el sentir el calor de la taza en mis manos me transmite sensación de hogar, de calma, después me acerco a la ventana y miro la ciudad desde lo alto, la oscuridad de la noche siempre es una aliada; busco en internet el sonido del mar o el del viento, y lo escucho en mis auriculares para no molestar, su vaivén consigue llevarme a mis lugares preferidos, me imagino paseando por una playa sin gente, descalza sobre la arena templada, en el camino me detengo para sentarme cómodamente a ver la puesta de sol y los colores mágicos que aparecen en el cielo, dejándome acariciar por su calidez, así puedo permanecer hasta quedarme dormida; otras veces pongo música suave, o algún programa de radio o de televisión cuyos locutores tengan voces agradables, que no griten y que no digan nada tan interesante como para que me enganche a escuchar y me desvele de nuevo, también puedo tumbarme a leer un libro cuyo tema me aburra, una tía mía se dedicaba a leer la vida de los santos o algún libro clásico que le resultase complicado por una u otra razón, el esfuerzo que le suponía intentar entender hacía que cayese rendida enseguida en los brazos de Morfeo.
Hace poco alguien me preguntó que con qué soñaba, me quedé un rato pensando y al final respondí: Sueño…, sueño con volar sobre el mar, bajito, acariciando las olas, sintiendo que me salpican, sueño con tocar con mis suaves dedos la cola de una ballena y con poder sumergirme en el mar para escuchar su canto.
Sueño con colores mágicos, con calor, con familia, con lanzarme sobre un suelo alfombrado de flores y que me den la bienvenida.
Sueño con cálidos abrazos de personas que ya no están o que están lejos, abrazos en el aire, en movimiento que me regalen paz, que me recompongan y me transmitan esperanza.
Sueño con humanizar el mundo con poemas, con bonitos libros, con dibujos o fotografías y con canciones, sueño con voces regalando dulzura y haciendo magia en los corazones tristes, sueño con bondad y con alegría, con amor y con poder fiarse, sí, con poder fiarse.
Me gusta recordar la confianza que siempre he tenido en mis mayores. Mi tía abuela que vino a vivir a casa de mis padres cuando yo nací, me llevaba con ella a muchos sitios, que para mí eran mágicos, con ella visité por primera vez la Plaza del Obradoiro para ver los fuegos el día del Apóstol, con ella iba a visitar a sus amigas que me hacían viajar a otros lugares y a otros tiempos, con ella a casa de sus hermanos mayores que me llenaron siempre de cariño regalándome ternura e historias que con el paso de los años me hicieron entender la calidad de personas que habían sido todos ellos.
Cuando paseábamos siempre me hacía ocupar el lado de la acera más apartado de la carretera, cuando le decía que daba igual un lado que otro me respondía que no, que yo era muy pequeña, que a penas había vivido nada y que ella estaba allí para cuidarme, si pasaba un coche y tenía que atropellar a alguien era preferible que se la llevara a ella, yo respondía enfadándome y con un nudo en la garganta porque no quería perderla y no podía entender que en su balanza pesara más mi vida que la suya cuando en mi balanza pesaba más su vida que la mía, porque no era capaz de entenderla sin ella.
Un día, caminando de su mano se cayó, yo tan pequeña que llegué antes al suelo así que aterrizó sobre mí. Fue tan grande el silencio por unos segundos que sentí como horas que pregunté entre sollozos: ¿te has muerto? Se levantó corriendo, me levantó a mí preocupada y me preguntó si estaba bien. Yo lloraba no por haberme hecho daño si no por haber sentido por un instante que no la volvería a ver.
La semana que viene volveré a ser de nuevo esa voz que comparte un poco de su tiempo robándote un poco del tuyo y seguiremos, si quieres, arropando estrellas. Ahora descansa.