14. El Loliña.(Puedes escucharlo en Anchor, Spotify, Googlepodcasts. Busca Arropando estrellas)

Decimocuarto episodio. 29 abril 2021. El Loliña.
(Es fácil recordar lo agradable. El cierre del restaurante Loliña, en Carril, recuperó en mi memoria una época feliz en ala que mis padres nos llevaban a comer a él. Las cosas cambian o son susceptibles de cambio, pero la esencia siempre permanece. Acompáñame en Arropando estrellas y lo comprobarás)
A menudo encuentro, a mi paso, cosas que me hacen recordar, es fácil hacerlo si te sientes cómodo y sobre todo si lo que recuerdas es agradable. Estos días me encontré con la noticia del cierre definitivo de un restaurante de las Rías Bajas, concretamente del Loliña, en Carril, que llevaba funcionando 82 años. Estaba situado en una esquina de una pequeña plaza desde donde se podía ver el mar. Viendo las fotos en internet puedo asegurar que seguía igual que como yo lo recordaba de aquellos maravillosos años en los que viví cerca.
Ponte cómodo, busca una postura que te permita relajarte al menos durante unos minutos. Respira profundamente sintiendo en tu interior la calma y la fuerza del aire, siente cómo todos los pensamientos negativos se alejan cada vez que lo expulsas. Permíteme de nuevo atraparte con mi voz. Seas bienvenido a Arropando estrellas, un podcast de Bosquina Monzón.
A menudo no nos damos cuenta del esfuerzo que supone criar a un hijo hasta que nos convertimos en padres, en ese preciso instante, la forma en la que mirábamos el mundo, cambia completamente.
Antes de comenzar la adolescencia, mi padre, a parte de su trabajo normal, tenía que dar unas clases para las personas que navegaban en barcos de pesca pero no tenían el carnet de patrón, la intención era que todos ellos pudiesen pasar ese examen y conseguir ese papel que pronto se convertiría en obligatorio y sin el cual no podrían salir a la mar; marineros y patrones que habían nacido y se habían criado en medio de redes, timones y motores, que podrían navegar con los ojos cerrados por las costas gallegas necesitarían pronto tener ese documento, que para muchos podría convertirse en un suplicio, pues había quien no sabía leer ni escribir, pero a mi padre le infundían tanto respeto que nunca supuso para él un problema trabajar con ellos.
No recuerdo cuánto duraban esos cursos, ni cuántos tuvo que dar, pero lo que sí recuerdo era el día que le pagaban a mi padre ese dinero extra con el que decidían invitarnos a todos, éramos familia numerosa, a comer al Loliña. Era una satisfacción para toda la familia, acostumbrada a no poder hacer ese tipo de cosas. Pertenecíamos a la llamada clase media, que no sé muy bien qué quería decir en aquel momento, en mi casa no había calefacción, sólo aquel brasero de debajo de la mesa camilla; ni teléfono, nunca los necesitamos ni los echamos de menos, nada de lo importante nos faltaba, e incluso a veces, cuando salíamos con ellos de paseo y nos dejaban compartir una Fanta entre todos los que habíamos ido, lo celebrábamos como si fuera una fiesta. Nadie se quejaba, ni se sentía inferior a los otros por esto.
Así que ir al Loliña era un lujo, no porque fuésemos a pedir grandes cosas, éramos de fácil conformar, sino por el hecho de poder ir a comer todos juntos fuera de casa, a un restaurante de esos que podrían perfectamente salir en las películas. Mi plato favorito, por aquel entonces, era una milanesa con patatas fritas, cuando me la traían, mis ojos brillaban alucinados por el tamaño de la pieza, el filete salía por los bordes del plato. Recuerdo la sensación de felicidad que suponía para nosotros ese dinero extra que entraba de vez en cuando en casa y que nos permitía hacer algo diferente.
Cuando mis hijos eran pequeños, algún verano en el que fuimos a pasar unos días por esa zona, los llevé a comer al Loliña para volver a recordar la sensación mágica que había supuesto, por lo menos para mí, haber estado allí con mi familia, celebrando el trabajo de mi padre y recordar lo que disfrutaban, tanto mi padre como mi madre, de ese día. Uno siempre regresa a los lugares en los que ha sido feliz.
Algo que siempre me ha parecido maravilloso es regresar y encontrar las cosas tal y como permanecían en tu recuerdo, es como apreciar que el tiempo no pasa, o que no ha pasado tan deprisa, como regresar a la seguridad del hogar, que te dice que sigue ahí, esperándote, que pase lo que pase en tu vida, siempre puedes regresar, y esa sensación me encanta.
No sé muy bien por qué, pero en mi vida siempre he necesitado esa sensación de seguridad, de ver que las cosas cambian o son susceptibles de cambio, pero que lo importante, la esencia, permanece, pase lo que pase.
Cuando estábamos estudiando en Santiago, mi marido, por aquel entonces mi novio, en una ocasión especial me llevó a comer a un restaurante que se llamaba El Roberto, era una pequeña casa de piedra cercana al río en el que podías ver patitos, nos encantaba ese sitio, de manera que cuando él comenzó a trabajar habíamos vuelto alguna vez más. Poco tiempo después de casarnos, en un viaje a Santiago, decidimos volver a comer al Roberto y nuestra sorpresa fue encontrarnos con la casa de piedra casi en ruinas, esa sensación fue casi como un preludio de saber como puedes sentirte cuando alguien te falta, noté un vacío en el estómago que me absorbía hacia su interior, que me estaba diciendo, o más bien, me gritaba que nada permanece, que todo cambia, que lo bueno que hemos sentido alguna vez, también desaparece, pero mi sentimiento no había desaparecido, el restaurante sí, pero lo que yo recordaba seguía en mí. Nos dijeron que el restaurante había cambiado de sitio, lo buscamos y he de reconocer que estaba emplazado en un edificio antiguo, parecido a un pazo, o quizás fuera un pazo, pero ya no era el mismo, para mí ya no significaba lo mismo. Lo importante, siempre, es lo que sentimos, lo que los otros nos hacen sentir.
Gracias por acompañarme. La semana que viene, estaré de nuevo Arropando estrellas. Te espero, pero ahora, descansa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.