37.Prácticamente había llegado el final de mis «vacaciones»

Prácticamente había llegado el final de mis «vacaciones», con sólo pensar que tenía que volver al trabajo o enfrentarme sola a Alfonso, se me levantaba un fuerte dolor de cabeza. Mi madre se empezaba a impacientar, viendo que en cualquier momento tenía ya que dejarme en sus manos  y en las de Martina, pues ni uno ni otro se habían alejado, más bien lo contrario, se les veía ansiosos porque mi madre saliese de mi casa. No tenía fuerzas para enfrentarme a nadie, y menos a ellos dos, aún no había descubierto a qué había venido todo lo que había ocurrido, ni el por qué. Lo que sí sabía era que no habían sido invenciones mías, si Sergio existía no sólo en mi cabeza, significaba que mi historia era real, que Alfonso y yo ya no vivíamos juntos desde un poco antes de irse a Japón y que Martina y él me estaban ocultando algo, pero ¿qué? ¿En qué podían estar metidos que fuera más importante que mantener una amistad? ¿Qué les había hecho llegar a dónde estábamos, llegar a engañarme hasta el punto de intentar volverme loca? Por un momento habían estado a punto de conseguirlo.

¡Qué sola me encontraba! El no tener a nadie al que poder decirle lo que sentía, me iba minando poco a poco. ¡Qué importantes eran las relaciones interpersonales! A veces se subestimaban, pero yo era de la opinión, siempre lo había sido, de que quien tenía un amigo, realmente tenía un tesoro. El poder contarle a alguien lo que sufría, lo que pasaba por mi cabeza, lo que necesitaba, lo que fallaba, lo que me ahogaba, lo que me afligía, lo que pensaba, eran pequeños pasos para avanzar, y hacerlo de forma correcta. Seguir caminando sin plantearse nuevos retos, o sin hacerse nuevas preguntas era lo más fácil, pero a veces lo más doloroso. Sentía que me había equivocado en muchas decisiones de mi vida, pero lo más triste era no tener a nadie a quién contárselo, nadie con quien desahogarme, nadie con quien compartir mi dolor, mi pena, mi angustia.  Sólo mi madre, en estos momentos, podía servirme de ayuda, sólo ella. En estos días a su lado había comenzado a contarle cosas, pequeños retazos de mi vida: que lo había dejado con Alfonso antes de que este se hubiese ido, que habían entrado en mi casa, que me había enamorado de Sergio. Ella perpleja, pero ni una crítica, me veía demasiado vulnerable para ser cruel conmigo. No entendía, igual que yo, qué hacía Alfonso en mi casa si lo habíamos dejado. Cuando le expliqué mis conjeturas casi se desmaya, ¿por qué no iba a la policía, por qué los dejaba entrar en mi casa? Comprendió que no era el momento apropiado de enfrentarme a nadie, mis fuerzas flaqueaban y no podía discutir sin terminar llorando. Decidió quedarse más tiempo a mi lado y no me pude negar. El otoño había comenzado con fuerza: hacía frío, llovía, y en mi alma también.

El lunes tenía que ir a la última revisión en la que, si todo iba bien, me darían por fin el alta. Deseaba encontrarme de nuevo con Sergio, esperaba tener suerte y que siguiera allí, poder hablar con él, contarle lo que había pasado, quizás él supiese algo. Aguardaba ansiosa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.