38.Por fin estábamos en el hospital

Por fin estábamos en el hospital. Habíamos conseguido con mucho esfuerzo que no viniesen ni Martina ni Alfonso, se habían quedado refunfuñando, pero el poder de persuasión de mi madre  era magnífico. Tras la exploración, las preguntas de rigor y algún que otro análisis, el médico consideró que estaba lista de nuevo para trabajar, a condición de que no dejase de aparecer por su consulta, una vez cada 15 días, aún era pronto para perderme de vista. Acepté sus condiciones. Se acercó a mi madre y pensando que no podía escucharlo, le pidió que siguiera ocupándose de mi una temporada, diciéndole que iba a estar mucho mejor, que procurase evitarme cualquier sobresalto.

Al salir del despacho iba muy pendiente de las personas con las que me cruzaba, esperando ver a Sergio en cualquier esquina, pero no estaba. Antes de atravesar la puerta de salida comprobé una a una la cara de todos los hombres y de todas las mujeres que estaban cerca, no lo reconocí en ninguna. Me quedé un poco triste. Ya no sabía dónde podría encontrarlo.

En el aparcamiento mi madre intentó tranquilizarme:

-No te preocupes, seguro que antes o después aparecerá.

-¿Y si no vuelvo a encontrarlo? ¿Quién va a ayudarme a solucionar esto?

-Tranquila cariño, se nos ocurrirá algo.

Subimos al coche y al cerrar la puerta escuché como se abría la de atrás:

-Ehhh  ¿Qué se cree que está haciendo? Bájese ahor…

No pude terminar la frase, al girarme para ver al individuo que se había atrevido a entrar, vi a Sergio, que poniendo su dedo índice delante de sus labios me indicaba que mantuviese silencio.

-¡Arranque el coche, por favor! Diríjase hacia las afueras por la carretera del norte, acérquese al bosque  y detenga el coche donde pueda. Talara ¡Tenemos que hablar!

 

 

 

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