Cuando el tiempo nos da tregua salgo a pasear por el jardín botánico. No suelo fijarme en las personas que pasean, caminan o hacen deporte, estoy tan segura de que no voy a conocer a nadie, que me despreocupo.
No sé si será porque siempre debemos de ser los mismos o si será por haber estado encerrados tanto tiempo primero por el covid y ahora por las lluvias, el caso es que estos días me saluda gente que no conozco de nada y por supuesto yo, les devuelvo siempre el saludo con una sonrisa.
Acomódate en el lugar que has elegido para escucharme, respira profundamente y por unos instantes fija tu atención en la respiración, inspira, espira, siente cómo el aire entra y cómo sale de tu cuerpo, permíteme atraparte con mi voz, seas bienvenido a Arropando estrellas, un podcast de Bosquina Monzón.
En mi ciudad española, me ha pasado muchas veces, sobre todo cuando era más joven, que algunas personas que conocía, no me saludaban por la calle, y no por haber cambiado con los años, como me podría ocurrir ahora, ni por despiste, como me pasa a mí a veces, simple y llanamente torcían la cara al verme, aún acabando de tomar un café juntas. Con los años me acostumbré hasta tal punto que dejó de parecerme mal y pensaba que bueno, era una característica de algunas personas de mi ciudad.
Al llegar a Australia, me llamó la atención lo contrario, si paseaba por los parques, cosa que a menudo suelo hacer, siempre había alguien dándome los buenos días, sentada en la parada del bus, también me han dado conversación, pero en Sydney no solía ocurrirme, ahora sí. Hay personas que me saludan sin conocerme y con una sonrisa, y eso, para mí, es de agradecer. Las caras que ves continuamente, se hacen tan familiares, que es como si las conocieras de siempre.
El otro día me crucé con una mujer que posaba para unas fotos rodeada de Ibis, ese pájaro grande, blanco, de cabeza negra y con enorme pico curvo, ella vestía de rojo intenso, a excepción de un sombrero grande negro, cinturón y tenis del mismo color. Hizo que recordara la novela de Delibes “Mujer de rojo sobre fondo gris” leída hace ya bastantes años, pero matizada en “Mujer de rojo sobre fondo verde”, había tanto contraste en la escena que no me pude resistir y le hice un par de fotos, me vio y sonrió, le dije que la escena era preciosa, asintió, y en seguida la persona que le estaba haciendo fotos desde otro ángulo se acercó para hacérselas él desde donde yo estaba.
En el jardín botánico siempre pueden hacerse fotos bonitas y si uno tiene ganas de hablar, también es fácil entablar conversación.
Hoy es el último día del mes de marzo, otoño en el hemisferio sur. Aquí seguimos teniendo días grises y lluviosos que consiguen que uno sienta más morriña de las personas a las que quiere y no tiene cerca. En estos días sombríos es más difícil distraerse de ese sentimiento, sólo el jardín botánico consigue entretenerme.
Sigue habiendo hermosas flores de colores vivos, que atraen mariposas e insectos raros, arañas enormes que han construido su fuerte tela entre plantas o entre árboles obligándote a mirar a todas partes antes de acercarte a hacer uno fotografía, y ahora, ha llovido tanto, que aparecen donde antes había solo hierba, lagos a donde los pájaros acuden alegres a disfrutar de un baño chapoteando con sus alas para refrescarse mejor. Las mareas crecen de tal manera que de los sumideros surge su borboteo, al tiempo que se cuelan por los agujeros de drenaje de la muralla, en donde he podido ver un cangrejo.
Lo bueno de tanta agua es que siempre puedes encontrar charcos que reflejan bonitos árboles y bellos edificios.
Ya no te robaré más tiempo por hoy, la semana que viene volveré a ser de nuevo esa voz que comparte un poco de su tiempo robándote un poco del tuyo y seguiremos, si quieres, arropando estrellas. Ahora, descansa.