61.Mi madre, mi heroína.(Puedes escucharlo en Anchor, Spotify, Googlepodcasts. Busca Arropando estrellas)

Una de las certezas sobre la que construimos nuestra existencia desde niños, es la de que nuestros padres nos van a acompañar siempre, que son eternos e inmortales, que durante toda nuestra vida serán “nuestro lugar”, el punto al que regresar, nuestro hogar permanente, aunque ya no vivamos con ellos, aunque estemos lejos. Los sentimos como nuestras anclas, como nuestros pilares, es como si siguiese existiendo un cordón umbilical invisible.
Con el tiempo comprendemos, que la única certeza de nuestra vida es que caminamos hacia nuestra muerte.
Acomódate en el lugar que has elegido para escucharme. Respira profundamente sintiendo el aire que da vida, intenta relajarte. Permíteme atraparte con mi voz. Seas bienvenido a Arropando estrellas, un podcast de Bosquina Monzón.
Buscamos culpables, revivimos momentos una y otra vez, ¿Qué pude haber hecho mejor? ¿Qué errores cometí? ¿Hice lo suficiente? Pero la ley de vida, que dicen, sigue ahí inexplicablemente, intentando hacerme comprender lo incomprensible. Mientras, yo me repito “nadie debería morir”.
Mis padres no eran famosos, ni lo que muchos llamarían “importantes”, pero para mí eran héroes, los dos; tenían sus cosas, como las tengo yo y como seguro las tienes tú, pero sacaron adelante a una familia numerosa en unos momentos que no eran fáciles, nos quisieron, nos cuidaron, nos educaron, y tuvieron también algo de ayuda, mi tía abuela, que vino a vivir a mi casa cuando yo nací.
Ser padre es complicado, nadie te enseña cómo hacerlo, y aunque a veces no entendamos sus razones, intentan hacer lo mejor para nosotros, eso es lo que siempre pensé de los míos. Tuvieron buenos amigos, eran divertidos y apoyaban a los que tenían problemas, pero como digo, no eran famosos.
Mi padre peleó para que todos los que tenían un barco pesquero en las Rías Bajas y no tenían título para llevarlo, consiguieran tenerlo, y lo consiguió a base de su esfuerzo personal. En una época complicada, intentó que se cumplieran las leyes del marisqueo, para que las futuras generaciones de mariscadores pudiesen seguir viviendo del mar, y lo consiguió poniéndose él mismo en riesgo. Como premio por esto último recibió varios avisos, le pincharon las ruedas de su primer coche comprado a plazos recién estrenado, rallaron la carrocería, y como colofón recibió una llamada telefónica diciendo que me habían secuestrado, con la suerte de saber que yo estaba enferma en mi casa; y el enterramiento, en vida, en la playa, de uno de mis hermanos, pero como siempre hay personas buenas, avisaron a tiempo a mi madre para que acudiese corriendo a la playa y pudiese salvarlo. En otro momento de la historia lo llamaron para informarle de que se dirigían a su casa y que iban a por su familia, avisó a mi madre a ese teléfono que solo existía para emergencias y que pasaba a través de una centralita con operadora. Mientras caminaban hacia mi casa en tropel, mi madre, vigilante, dispuesta a defender a los suyos, apretaba con fuerza en su mano, la llave del armario en el que mi padre guardaba sus escopetas de caza. Por suerte no tuvo que utilizarla, la turba no caminaba por la calle del Instituto, acortaba camino pasando por delante de la Guardia Civil que los detuvo a tiempo. Algún día lo contaré con calma.
Mi madre, mi heroína, madre de seis y de los que pudieron haber sido pero no fueron, con el agotamiento de una larga vida, nos dejó huérfanos hace muy poco, hace demasiado poco, tan poco que aún es difícil caminar; que aún cuesta trabajo, a veces, respirar, o pensar con claridad. Ahora somos huérfanos de todo, con lo duro que suena esa palabra cuando no te queda más remedio que asumirla. Nos hemos quedado sin cobijo, sin anclas, sin pilares, sin pegamento de unión y la vida se hace difícil y extraña por momentos.
Sigo pensando en llamarla cada día, en que me tengo que acordar de contarle algo que me ha sucedido, en que esto se lo voy a comprar para cuando regrese, en qué le puedo enviar por su santo, que está al caer. Quizás esta sensación se pase, pero de momento está en carne viva. Como no estoy en mi ciudad, no la veo por la calle paseando, como me ocurría cuando perdí a mi padre.
No sé si la semana que viene podré acompañarte de nuevo o es este un ciclo que debo ya cerrar. Disfruta cada momento de tu vida, intenta ser feliz y hacer feliz a los que te rodean. Abraza y besa a los tuyos, no lo dejes para mañana, el momento es ahora. Gracias por haberme escuchado, por acompañarme estos ratitos que a mí me han dado vida. Descansa

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