42.Nada más poner un pie en la oficina hubo un enorme revuelo.

Nada más poner un pie en la oficina hubo un enorme revuelo, todos querían comprobar que estaba entera y bien, que lo que había pasado no iba a interponerse en mi camino.

Estaba comenzando a marearme el ver tantas caras cercanas, recibir tantos besos y escuchar tantas palabras de apoyo, todas más o menos sentidas, sabía que mis compañeros me apreciaban, aunque no intimáramos demasiado. Mi jefe y gran amigo se acercó a socorrerme.

-Vamos, dejadla en paz, ¿no veis que la estáis abrumando? Ha pasado por una crisis de ansiedad y vais a conseguir que pase por otra. Ya está bien, todo el mundo a trabajar. Talara, acompáñame.

Lo seguí hasta su despacho, me dejó pasar, cerró la puerta tras de sí, se acercó a mi y me dio un gran abrazo. Me cogió por sorpresa y me quedé muda, sin saber reaccionar, sin saber qué decir. ¿Cuánto tiempo me tuvo entre sus brazos? el suficiente para desarmarme y hacer que comenzaran a resbalar las lágrimas por mis mejillas.

-Tranquila, Talara, desahógate conmigo, no tengas miedo. Debes estar pasando por un infierno, te comprendo perfectamente. La policía se ha puesto en contacto conmigo y me ha contado. No te preocupes por nada.

Seguía en sus brazos, seguía llorando. Cada vez que recibía muestras de afecto de alguien al que apreciaba empezaba a llorar y no era capaz de parar. ¿Por qué estaba tan sensible? ¿Por qué me sentía tan vulnerable? ¿Tanto dolor había soportado a lo largo de estos años en los que me había creído inmune al sufrimiento, que ahora salía a borbotones por todos los poros de mi piel, dejándome triste, desvalida y sin fuerzas?

-No hay cosa peor que sentirse traicionado por los amigos, pero aquí me tienes, te lo he dicho infinidad de veces, ahora supongo que será más difícil para ti confiar en alguien, no obstante, sigo aquí para lo que necesites. Si en algún momento quieres hablar, si necesitas llorar con alguien, lo que quieras, en serio, no tienes por qué pasar por esto sola. Incluso si necesitas un espacio diferente en donde vivir, estaría encantado de abrirte las puertas de mi hogar. Sé que puede sonar algo raro, pero siempre te quise como a una hija, tengo una habitación de invitados que no uso, puedes tomar posesión de ella cuando quieras, el tiempo que necesites. Prométeme que lo pensarás.

Entre hipos y sollozos conseguí por fin decirle que si, que lo pensaría, y darle las gracias por su compañía y apoyo.

-Tómalo con calma, ve poco a poco. Contesta el correo, visita a tus compañeros, mira por la ventana. Haz cosas que no conlleven esfuerzo…

De vuelta en mi despacho encendí el ordenador

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.