43.De nuevo las notificaciones invadían mi pantalla.

De nuevo las notificaciones invadían mi pantalla. No podía hacerme esperar por más tiempo, así que decidí empezar a responder los mensajes que había recibido, era una buena manera de comenzar mi primer día de trabajo. Mi jefe ya me había dicho que me lo tomara con calma. Uno por uno fui contestando a todos mis amigos, me tomé un poco más de tiempo en contestar a Pablo, mi amigo Pablo, él no lo sabía pero había sido una luz en mi soledad durante algún tiempo. Sus notas me habían arrancado más de una sonrisa en medio de mi mar de lágrimas. A veces las personas no éramos conscientes de lo que para muchas otras significaba el saber que alguien estaba pendiente de sus mensajes.

Las redes sociales, cada vez lo comprobaba con más fuerza, hacían las veces de terapia de grupo. Necesitábamos más que nunca comunicarnos con otras personas, sentirnos apoyados, comprendidos por otros; aunque no nos conociésemos de nada formábamos parte de una gran familia y esa sensación me atrapaba con fuerza. Pensar que había alguien al otro lado de nuestras pantallas que se preocupaba por nosotros nos hacía sentir un poco más seguros. Poder desnudar nuestros sentimientos y preocupaciones era más fácil delante de desconocidos, no sé si era por el hecho de saber que con sólo tocar una tecla podías bloquear a una persona, o dejarla de seguir; o simplemente porque aparentemente nos importaba menos la opinión que esas personas pudiesen hacerse de nosotros. Quien más y quién menos tenía que lidiar con sus demonios, los míos eran tan numerosos, me habían engañado tantas veces que no sabía si podría seguir confiando. Esto era una manera de evadirse un poco y dejarlos de lado. Me gustaba cada vez más la sensación que me producía leer a los otros, comunicarme con ellos, compartir música, pensamientos, reflexiones, tristezas, alegrías. ¡El ser humano!, ¡qué complicado era comprenderlo! Cada vez que empezaba a creer que entendía el mundo en el que vivía todo se me complicaba un poco más.  Cada vez que pensaba que había encauzado mi vida, había algo que la desestabilizaba.  ¿Iba a ser siempre así o en algún momento encontraría la tranquilidad que estaba buscando?

Un nuevo mensaje apareció en mi pantalla, Pablo estaba al otro lado. Charlamos apenas unos minutos, pero unos minutos en los que mi cerebro fue capaz de desconectar de todos mis problemas, de viajar hasta otra ciudad para charlar amigablemente y dejarme llevar en un baile imaginario guiada por un amigo. Estaba pasando una etapa muy complicada y saber que alguien, aunque fuera en la distancia, se acordaba de mi, tranquilizaba mi espíritu. Nuestra luz, a veces, dependía de personas ajenas a nuestra vida.

 

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