No podía con el mundo. A veces me sentaba delante del televisor para dejar de pensar en mis problemas, en mi vida, y sobre todo en mi ex, e intentaba despejar mi mente con series, casi siempre de humor, españolas o americanas, si me hacían reír o sonreír me daba igual su procedencia; la única exigencia era que sus protagonistas no fueran histéricos y que el nivel de decibelios no fuese muy elevado: Modern Family, The Big Bang Theory, Castle, Camera Café,… Cualquiera valía para hacerme desconcentrar de mi “tema favorito”, relajarme y hasta echar un sueñecito en el sofá. Algunas veces, por puro masoquismo, estoy segura, antes de acostarme, veía un rato de algún programa que se dedicaba a la investigación, y esa noche, no dormía. Mi cerebro creaba una enorme serie de remordimientos haciéndome sentir culpable de todos los males del universo. ¿Qué podía hacer yo? La mayoría de lo que veía no iba conmigo: no compraba la barra de pan a 20 céntimos o menos, no me ponía extensiones, no manejaba dinero público, ni era miembro de un partido político, no pertenecía a ninguna secta, ni explotaba a unos trabajadores de una empresa que no tenía, vamos, que no hacía nada raro, pero aún así me sentía culpable. ¡Cuánta empatía, por Dios! Eso tampoco debía de ser muy bueno, por lo menos para mi salud. Decidí dejar de verlos, no me aportaban nada, me ponían de mala leche y a la hora de conciliar el sueño era imposible, las imágenes desagradables no dejaban de pasar por mi mente, me agitaba, me desesperaba, porque aunque no formaba parte del problema, tampoco podía formar parte de la solución. Claro… Ahora comenzaba a entender… Por eso tenían tantos seguidores los programas en los que las personas no paraban de insultarse, de pelearse, de tirarse de los pelos y de gritarse unos a otros sin contemplaciones y con un: “y tu más” que hasta a los políticos les surtía efecto. Era una manera de relajarse como otra cualquiera. Estábamos viviendo en un mundo de locos en el que, por evadirnos de nuestros propios problemas, nos divertía ver que los otros tenían más, pero más problemas “normales”: que si este piiiiiii dijo, que si tu piiiiiii dijiste, que si hiciste, que si eres piiiiiii, que si no, que si tu foto, que blabla, piiiii, piiiiii, y verlos encerrados en una casa o en un plató, llorar y gritar para de nuevo llorar y después abrazarse y aquí no ha pasado nada, bueno, si ha pasado, pero da igual. Y otros programas que no dejaban de ser una subasta por el amor, ¿en serio?, ¿por el amor? Que si busco novio, que si se lo busco a mi hijo, que si a mi madre, que si me voy en pelotas a buscarlo, que si sálvame rosa, que si deluxe, que si qué se yo, pero que a mi me provocaban tanto estrés que no podía ni verlos en un programa de zapping. Sin embargo a la gente, en general, les tranquilizaba, no sé si era por ver lo peor de las personas y así sentirse menos malos, o ver que la gente que gana mucho dinero sin merecerlo es miserable, no sé… Como no era una persona agresiva, me dediqué a ver los documentales de la 2, mucho más relajantes. ¡Dónde iba a parar! Ya sólo la voz del narrador me llevaba al nirvana. Ni el yoga, ni la relajación, ni la meditación, los documentales de la 2 eran la paz: la música, las imágenes, pero sobre todo la voz, la entonación, eran maravillosas. Tenía una amiga que después de comer se tumbaba en el sofá, con su hijo pequeño encima y se echaban unas siestas… era la manera de tener controlado a su niño mientras ella descansaba un rato, y surtía efecto, pero eso si, nadie podía cambiar de canal.