Al llegar al coche Sergio se detuvo.
-¿Qué quieres hacer,Talara?
-¡Irme!
-Irte ¿a dónde?
-Tengo una amiga, Sergio, en Australia. -Lo miré y comprobé que su cara se volvía blanca, se apoyó en el coche. -Me llamó el otro día. Mi madre se puso en contacto con ella para que me animara. Hablamos mucho. La conocí en la universidad, vino de vacaciones un verano con sus padres y se quedó a estudiar aquí, su madre es española. Vivimos juntas los dos últimos años de carrera y regresó a su país pero no perdimos el contacto. Me ha invitado, quiere que vaya con ella, sólo unos meses, el tiempo por el que consiga la Visa. Necesito irme, Sergio.
-Veo que lo tienes todo pensado.
-No Sergio, fue sobre la marcha, al principio dije que no, pero llevo días pensando…
-Llevas días pensando y me lo dices ahora. ¿No cuento en tu vida, verdad? ¿Qué lugar ocupo en ella, Talara? Yo no puedo acompañarte, no dispongo de tiempo, ni de dinero.
-No te estoy pidiendo que vengas…
-¿Me estás dejando? ¿Te estás despidiendo de mi?
-No, Sergio, sólo te pido una tregua, que me esperes un tiempo. Necesito aclarar mis ideas, respirar, siento que aquí no puedo. Déjame ir, pero sigue a mi lado. Ha sido un año muy duro para mi, Sergio, entiéndeme, me estoy ahogando. Pero no quiero que me sueltes, necesito saber que estás conmigo, que sigo de tu mano.
-Talara yo… No sé qué decir. No quiero que te vayas, te necesito aquí. Estamos empezando… me dices que quieres irte… No sé qué pensar… -Me acerqué a él para abrazarlo, la tensión de sus músculos hizo que sintiese su rechazo, a pesar de todo pasó sus brazos alrededor de mi cintura.
Entramos en el coche y esta vez me puse yo al volante. Fuimos en silencio todo el camino. Aparqué delante de su casa, cuando me disponía a salir me detuvo.
-Arregla los papeles, Talara. Te ayudaré, seguiré a tu lado. Pero prométeme que regresarás. -Me abracé a él.
-Gracias Sergio, sin tu apoyo sería muy difícil para mi. Regresaré, claro que regresaré.
Después de varios días lloviendo sin parar, el cielo estaba despejado, la luna y las estrellas brillaban a través de la ventana de la habitación de Sergio, testigos silenciosos de sus manos en mi cuerpo, de mis labios en el suyo. Piel con piel, temiendo el final, intuyendo que este sería uno de nuestros últimos encuentros. Sin aliento, dejándonos llevar por un silencio de presagios. Torpes, como la primera vez que un cuerpo se enlaza con otro cuerpo. Sutiles, como si necesitásemos estudiar nuestros movimientos. Él en mi y yo en él, sintiéndonos uno, siendo uno, un alma, un cuerpo.